En este tedioso tiempo de espera antes del anunciado choque, estamos asistiendo a un considerable desorden en un lado y otro. La semana pasada fue Artur Mas quien desconcertó al independentismo alentando un regreso a la tercera vía. Su sugerencia, dicha en Madrid, de que debería haber un espacio entre la secesión y el inmovilismo, fue cogida al vuelo por el Gobierno al día siguiente cuando su portavoz, Méndez de Vigo, se mostró abierto a escuchar y explorar todo lo que pudiera plantearse en esa dirección. El fin de semana, El País abrió su portada dando por hecho un escenario de negociaciones, mientras Enric Millo afirmaba en TV3 que existían contactos constantes entre ambos gobiernos que, obviamente, no siempre eran públicos. Insistía en que de los 46 puntos que Carles Puigdemont entregó a Mariano Rajoy se podía hablar de todo menos del referéndum, y se mostraba cautelosamente optimista. Fuese real o no ese escenario negociador, el Govern tuvo que salir a la defensiva para negar la mayor, lamentando que todavía no hubiera fecha para la reunión entre ambos presidentes.

En general, todo este ruido provocado por las declaraciones iniciales de Mas se interpretó como otra maniobra del expresident con el fin de situarse en primera fila para encabezar el PDECat en las próximas elecciones, no sin antes volver a intentar que ERC concurra en una nueva lista única. Desde el juicio por el 9N, el Astut, que diría nuestro querido Ramón de España, está en un subidón de protagonismo. Este miércoles pronuncia una conferencia en San Sebastián sobre el proceso soberanista catalán, presentada por el exlehendakari Juan José Ibarretxe y con la asistencia de Arnaldo Otegi. Y la semana que viene cruza el charco para ir a la Universidad de Harvard, a propuesta del independentista catalán de turno que ya hay siempre en cualquier rincón del mundo. El acto es irrelevante, pero en Cataluña los medios lo venderán como si tuviera una gran trascendencia internacional, aunque solo servirá para consumo interno.

Es muy improbable que el independentismo, no solo la CUP, también ERC y PDECat, se avenga a negociar nada que no incluya el referéndum, pero el Gobierno necesita cargarse de razones por si no tiene más remedio que intervenir

Fuese real o no ese escenario de diálogo, en las filas separatistas el fin de semana se instaló el desconcierto. Los más radicales no dudaron en señalar que tras esa estrategia contemporizadora de Mas se encontraba la figura de David Madí, su antiguo jefe de gabinete e influyente hombre de negocios que ahora mismo preside el consejo asesor externo de Endesa. Puigdemont y la portavoz del Govern, Neus Munté, tuvieron que desmentir varias veces dichos contactos y reafirmarse en que el referéndum es innegociable. Cuando parecía que la llamada operación diálogo capitaneada por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría había embarrancado, de repente el Gobierno español parecía recuperar posiciones de cara a la opinión pública. Lo sorprendente es que quien haya hecho trizas todo esto sea el mismísimo presidente del PP catalán, Xavier García Albiol, que negó este lunes tajantemente la existencia de reuniones "secretas o discretas" para alcanzar una oferta alternativa al referéndum secesionista. Con la misma velocidad que el globo negociador había alcanzado los cielos, se ha acabado estrellando a causa de lo que en una guerra se llamaría "fuego amigo" ante la estupefacción general.

Las rivalidades dentro del PP catalán, a pocas semanas de su congreso, están torpedeando la estrategia de Enric Millo, que por ahora es el único representante del Gobierno español capaz de ir a los medios independentistas, sea TV3, Catalunya Ràdio o RAC1, y salir vivo habiendo colocado un mensaje contundente de tono conciliador. Esto no había pasado nunca antes. Es muy improbable que el independentismo, no solo la CUP, también ERC y PDECat, se avenga a negociar nada que no incluya el referéndum, pero el Gobierno necesita cargarse de razones por si no tiene más remedio que intervenir. Decir que por lo menos lo ha intentado, aunque sea una verdad a medias. El referéndum se convocará, aunque no se celebrará porque los poderes del Estado lo impedirán (ayer el TSJC entregó en nombre del TC un nuevo apercibimiento al Govern y a la Mesa del Parlament), y luego iremos a nuevas elecciones, que serán una segunda vuelta del 27S de 2015. Todos sabemos que el factor temporal en política es esencial. En Cataluña, el problema no es que falte tiempo para encontrar una solución, sino que siendo como es inevitable el choque, porque así lo quieren los separatistas, el tiempo de espera se está haciendo demasiado largo, tedioso, y de ahí que cunda el desorden en las filas de un lado y otro.