Si tuviera que elegir, diría que soy más de mañanas que de tardes. A mi organismo no le supone gran esfuerzo levantarse temprano (dormir me ha parecido siempre una pérdida de tiempo) y a las nueve de la mañana me siento con mucha más energía, creatividad y capacidad de concentración --para estudiar, escribir, hacer deporte, o lo que sea-- que a las siete de la tarde. Eso sí, para que la mañana cunda, tiene que cumplirse una condición: que haya desayunado tranquila y, a poder ser, sola y en silencio.

No se me ocurre nada más placentero que untar tostadas con mantequilla y mermelada con la mente en blanco, o beberme el café con leche con la mirada absorta en el lateral del paquete de galletas, como si la etiqueta de los valores nutritivos fuera obra de un Nobel de Literatura. También soy de las que aún disfruta ojeando el periódico en papel, o, a falta de éste, leyendo un libro, aunque me resulta complicado comer y pasar página al mismo tiempo, así que suelo dejarlo para lo último. Lo más importante, sin embargo, es que todo transcurra en silencio: dejar que tu cabeza se pegue un viaje a la nada mientras saboreas cada bocado.

En mi caso, por lo tanto, cualquier propuesta de quedar para desayunar en un bar queda automáticamente rechazada. No soporto el sonido chirriante de la máquina de café y el bullicio de platos y tazas de cerámica limpiándose detrás de la barra. Me rompen el “karma” matutino.

Mi familia, examantes y buena parte de mis amigos saben que si intentan hablar conmigo a la hora del desayuno probablemente serán contestados con un gruñido o un “mmm... ajá” que significa “dime lo que quieras que no te estoy escuchando”. Soy consciente de que puedo llegar a ser bastante maleducada. Ahora, sin embargo, tengo una excusa. Según un artículo publicado el lunes pasado en The New York Times, desayunar en silencio puede resultar una técnica muy eficiente para mantener la mente sana --algo parecido a la meditación-- especialmente en épocas difíciles, como la pandemia que estamos viviendo.

“Comer en silencio es una práctica muy antigua, con raíces en muchas comunidades monásticas: budistas, místicos celtas, védicos, sufís... cada uno tiene un componente de silencio inherente en su práctica”, explicaba al diario estadounidense Ginny Wholley, profesora en el centro de salud y mindfulness de la Universidad de Massachussets, UMass, en Boston. El objetivo de este centro, fundado en 1979, es aplicar diferentes prácticas monásticas y espirituales en entornos seculares como herramienta para reducir el estrés, como, por ejemplo, el hábito de desayunar en silencio, centrándose plenamente en la comida y lidiando con los pensamientos de uno mismo.

En España, donde las comidas están concebidas como un encuentro social, mucha gente se resiste a desayunar en silencio por miedo a sentirse sola. La reacción más habitual es encender el móvil, mirar la televisión o bajar a desayunar al bar. Todas las opciones son respetables, pero no hay nada mejor que desayunar en silencio, tomando plena consciencia de lo que comemos, sea un bol de avena con yogur, un croissant o unas tostadas con aceite, para empezar el día relajado. “Si disminuye el ruido exterior, también disminuye el ruido interior”, insiste el articulista de The NYTimes: el desayuno es un buen momento para escucharse a uno mismo y refugiarse por unos instantes de lo que le espera a lo largo del día.