Cuando a un barco de vela se le rompe el mástil en alta mar se encuentra sin tracción y se convierte en ingobernable. Salvo un incendio descontrolado a bordo o una vía de agua, quedarse desarbolado es lo peor que le puede suceder a un marino

El Covid no solo es una enfermedad, es un test para valorar la calidad democrática y de gestión de los gobiernos. Y la inmensa mayoría suspenden. Cuando creíamos que estábamos en la salida del túnel gracias a las vacunas, aparece una nueva variante que genera pánico más que alarma y la mayoría de los gobiernos se encuentran desarbolados, sin saber qué hacer.

Aunque todo apunta a que se trata de una variante más contagiosa pero menos letal, desde su descubrimiento cada uno la ha usado para sus fines. De momento, en Sudáfrica, donde se inició el pánico, la ola está remitiendo con un nivel de fallecimientos bajísimo. Todo apunta a una tormenta en un vaso de agua.

La OMS sobreactuó para que los países ricos donasen más vacunas a los pobres, ignorando su incapacidad para gestionar las vacunas que ya se estaban donando. Pero los países ricos cerraron sus fronteras con África y las vacunas han ido a dotar de terceras, cuartas y quintas dosis a sus ciudadanos, además de a sus niños. La solidaridad no funciona activando el miedo, porque la reacción natural es autoprotegerse. Además es absurdo pensar que el primer problema de África es el Covid, por lo que sus gobernantes tampoco priorizarían la vacunación aunque dispusieran de suficientes dosis.

Pero el pánico se ha extendido por Europa y se están tomando decisiones tan absurdas como liberticidas.

Es innegable que hay muchos contagios, más que nunca, pero no lo es menos que la gravedad de la mayoría de los afectados es menor y la letalidad está en mínimos, con tasas más cerca del 0,1% que del 1%.

Es difícil identificar a quién toma las decisiones más absurdas, pero Holanda y Reino Unido pugnan fuerte por desplazar a nuestros gobernantes del podio de los peores.

Holanda, paradigma de la ortodoxia y azote de los vagos del sur, se ha marcado un combo de demagogia. Todo empezó en enero cuando el gobierno dimitió por un escándalo vinculado a ayudas y discriminación de emigrantes. En realidad fue una mini dimisión pues adelantaron solo un mes y medio las elecciones ya previstas. Y tras nueve meses de sesudas negociaciones ha vuelto al gobierno la misma coalición, demostrando que el votante es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y lo primero que hace el primer ministro es encerrar a su país, sin mirar su curva de contagios que ya va en claro retroceso, lo mismo que la de fallecimientos.

En Reino Unido el gran Boris intenta distraer la atención del votante, mosqueado por su torpeza, con la variante ómicron. Desde julio Reino Unido tiene un alto nivel de contagios, porque las restricciones son nulas, y esta nueva variante le permite mover ficha, justo cuando se ha descubierto una nueva golfería de un líder populista que desprecia a su pueblo desde sus profundas raíces elitistas.

En España nuestro gran líder nos anunció el sábado que habría que hacer algo y los mini líderes se apresuran a prohibir, evidenciando una vez más que no les importan ni vidas ni haciendas. Y el miércoles no decidieron nada. Lo peor es que muy probablemente ninguno recibira el castigo en las urnas que merecen quienes nos llevan una vez más a la ruina de manera torpe y sin sentido. ¿No habíamos quedado que el pasaporte Covid, convirtiendo en policías a los camareros, era la panacea? ¿Por qué cerrar de nuevo la restauración? ¿Por qué fomentar los botellones, además con frío pelón en la calle, cerrando el ocio nocturno? ¿No hubiese tenido más sentido adelantar las vacaciones escolares e incluso retrasar el regreso a las aulas? Además el toque de queda solo aplica en ciudades grandes cuando, sorprendentemente, es donde más baja es la incidencia. ¿Será verdad que el Govern persigue a los de Tabarnia?

La apertura del ocio nocturno y el pasaporte Covid lograron acelerar, gracias a lo superficiales que somos, las vacunaciones. Ahora ha desaparecido ese incentivo para vacunarse. Las restricciones en la hostelería llegan en el peor momento, con las cámaras y despensas llenas de producto caro. A nadie le importan ni las pérdidas ni el sufrimiento de la gente. Y si uno mira las estadísticas descontando el “ruido” del puente de la inmaculada, el riesgo de rebote está remitiendo. En Cataluña, como en Holanda, el cierre es preventivo, no paliativo.

El nivel de incompetencia solo es comparable con el de desprecio a las libertades y a la prosperidad de los ciudadanos. Y lo peor es que cuando lleguen las elecciones, cualquier elección, lo más probable es que hagamos como en Holanda, volviendo a elegir una vez más a quienes hoy nos arruinan. Tenemos lo que nos merecemos.