Aunque el acuerdo ha tardado más de un mes, estaba cantado desde el primer día que PP, Ciudadanos (Cs) y Vox se pondrían de acuerdo para desbancar al PSOE del poder en Andalucía. Hemos asistido a una gran operación propagandística, que ha beneficiado a Vox, con sus amenazas de ruptura y de posibles nuevas elecciones incluidas, para alcanzar al final lo que solo podía sorprender a los ingenuos.

Y no es que no hubiera alternativas. Las había. Por ejemplo, que Cs, como ya amagó en su día en el caso de Mariano Rajoy, condicionara su mantenimiento del pacto con el PSOE de la anterior legislatura al cambio de candidato, es decir, a la retirada de Susana Díaz para investir a otro dirigente socialista. Otra alternativa, esta dependiente del PSOE, consistía en aceptar de una vez que la alternancia era necesaria y saludable tras 36 años en el Gobierno y facilitar que el candidato de Cs llegara a la presidencia de la Junta con el apoyo socialista para gobernar como en los últimos años, pero invirtiendo los puestos de poder. Esta decisión hubiera facilitado además la recomposición de un pacto entre el PSOE y Cs en futuras contiendas electorales.

Pero para ello era imprescindible que Susana Díaz se olvidara voluntariamente del discurso de “yo soy la ganadora de las elecciones y voy a presentarme a la investidura”. Al final, ha tenido que reconocer que no ganó las elecciones y renunciar a presentarse a la investidura, pero forzada por el pacto de las tres derechas.

En la plasmación de ese pacto ha tenido mucho que ver, aunque ahora quiera lavarse las manos, el giro a la derecha de Cs desde que quedó en fuera de juego en la moción de censura y Albert Rivera cometió varios errores encadenados, el último el de votar junto al partido de Rajoy después de haber pedido su dimisión. Diga lo que diga Rivera, el pacto andaluz es un pacto a tres, un trío, aunque se haya escenificado en dos documentos, uno del PP y Cs y el otro del PP y Vox.

Ciudadanos asegura que el segundo no le compromete y que se opondrán, por ejemplo, a la Consejería de Familia pactada por el PP y Vox o a la derogación de la ley de memoria histórica. Vox ya ha respondido que las 37 medidas acordadas con el PP no son “papel mojado”, como alega Rivera, sino que deben cumplirse durante la legislatura. Y cada vez que el Gobierno andaluz tenga que aprobar en el Parlamento medidas que requieran la mayoría absoluta, el PP y Cs deberán contar con los votos de Vox.

Cs ha conseguido no hacerse la foto con Vox, pero nadie puede negar que el próximo presidente, Juan Manuel Moreno (PP), y el Gobierno andaluz del PP y Cs van a ser una realidad gracias a los votos de la extrema derecha. Vox ha eliminado sus exigencias más estrambóticas –derogación de la ley de violencia de género, expulsión de 52.000 inmigrantes, supresión de las ayudas a asociaciones feministas e islámicas, exaltación de la Reconquista y otras--, pero el PP ha firmado 37 medidas y, sobre todo, ha asumido parte del ideario y del lenguaje de Vox. En esas medidas se incluye, por ejemplo, la separación de niños y niñas en algunos colegios; la no injerencia de los poderes públicos en la educación no reglada; ayudas a la adopción y a embarazos no deseados para evitar los abortos; la Consejería de Familia en exclusiva, sin otros apellidos, o iniciativas para restringir la inmigración.

Pero lo peor del acuerdo es lo que puede significar de cara a las elecciones municipales y autonómicas de mayo y para las generales cuando se convoquen. Ahora ya sabemos qué es el centro para el PP. Pablo Casado acaba de decirlo. Para él, Vox es la derecha, el PP el centro y Cs la izquierda. Con esta concepción y estrategia, a Casado no le importa perder votos por la derecha porque da por descontado que sumará siempre con Vox.

Pero para que esta estrategia tenga éxito, es decir, que las tres derechas se impongan a la izquierda en municipios, autonomías o en el Congreso de los Diputados, es vital la opción de Ciudadanos. El partido de Rivera debe decidir si quiere volver a ser bisagra, y votar un día junto al PP y otro junto al PSOE, o prefiere repetir en todos los casos lo ocurrido en Andalucía, con el riesgo de renunciar al sorpasso y a la sustitución del PP a la que aspiraba y alejarse, debido a sus alianzas sucesivas con los ultras, de sus aliados europeos y de figuras como Manuel Valls