Llevamos unos meses azorados con el precio de la luz y enseguida descubrimos que detrás de las primeras explicaciones de las causas, el motivo era la voracidad de las compañías eléctricas. Y empezamos también a saber que hay elementos más complejos, y que llevan al común mortal a una situación de angustia y malestar creciente.

Estamos enfocando el debate de nuestra transición energética por una puerta clara y sencilla y tal vez simplista: el precio de la luz. En este modesto estadio asistimos a unos primeros debates sobre la independencia  energética. Ejercicio curioso. En el contexto donde vivimos el debate sobre la transición energética es y será como mínimo europeo. El alcance de este debate marcará nuestro futuro y el de las próximas gneneraciones, y será a nivel planetario.

Hablamos de biodiversidad y de geodiversidad. En la transición de las energías fósiles --de la descarbonización, causa directa del calentamiento global-- a nuevas fuentes de energía --las llamadas energías renovables-- y como en toda historia que se precie, cuando imaginamos un final feliz, también empezamos a descubrir qué hay detrás de la energía renovable y de toda la revolución industrial 4.0 y las declinaciones tecnológicas. Un lado complejo, por no decir no bonito.

Necesitamos materiales que no son abundantes en la naturaleza, aquellos que proceden de las llamadas tierras raras. No entraré en este artículo en qué lugar o lugares se concentran la mayoría de estos materiales y lo que puede suponer a nivel global de pérdidas y ganancias de influencia. Y las guerras comerciales e incluso militares que se pueden generar. La reflexión en la que desearía incidir es que estamos abrazando con la misma fe que acogimos los combustibles fósiles --el petróleo durante el siglo XX-- las nuevas energías renovables, sin reconocer que estas también requieren de materiales escasos finitos y que, en muchos casos, se necesitará de una minería que comporta el uso de materiales fósiles para generarlas.

Llegados a este punto, alguien puede preguntarse, ¿y entonces? Creo que hemos de avanzar claramente en la transición energética, pero tal vez con una perspectiva más holística, más transversal.

Las energías renovables en la fase de su desarrollo actual no son más eficientes en la producción de energía; no olvidemos los factores de almacenamiento, transporte y disponibilidad. Por tanto, su producción tiene que ser cercana a su consumo. La gestión de la nueva energía no va a ser ni fácil ni rápida. Ni barata. No olvidemos los cambios demográficos a nivel planetario que tenemos proyectados, entre 2.000 y 3.000 millones de habitantes más en el planeta Tierra en los próximos 30 años. Y no parece que nadie quiera renunciar a determinados niveles de vida y de consumo.

Por tanto tendremos un incremento del consumo de energía de forma inexorable. Esta transición va a requerir nuevas infraestructuras, y como hemos observado en la cumbre de Glasgow de finales del año pasado, el debate es y será quién y cómo se paga esta factura.

Tampoco obviemos, como he citado más arriba, que todo el universo de la digitalización (blockchain, big data, robotización, automatización) requiere más energía para su operativa.

Los cambios que se están operando --fruto del cambio climático: escasez del agua, incremento de las temperaturas...-- son factores que van a incidir en la demanda de más energía.

Intentemos no cometer los mismos errores que cometimos con el petróleo y seguimos cometiendo con los bosques: si consumimos un mineral, ¿cómo reponemos al planeta ese bien que se puede extinguir?

La energía de fusión aún está en fase de ensayo, y a corto plazo no parece una solución operativa.

Vistos los antecedentes del petróleo, y en paralelo a la transición energética, hemos de cambiar los paradigmas de nuestros consumos. Nuevos costes, nuevas fiscalidades. ¿Es asumible medioambientalmente cambiar nuestro teléfono cada dos años?

En la actualidad hablamos de residuos, tal vez hemos de aprender a hablar de reutilización, de segundas oportunidades a todos los materiales. Nuevos hábitos de consumo. Nuevos modelos de crecimiento. Y nuevos hábitos de debate: discutir si la transición energética hacia las renovables debe hacerse acompañada de energía nuclear (declarada como verde por la Comisión Europea hasta 2045), etc. Tienen que ser debates sin visceralidades, sin entrar a discutir como en un derbi futbolístico y, sobre todo, debe debatirse pensando en grande y a futuro.