Cumple 90 años, esta semana, Jürgen Habermas, uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. Al pensador alemán debemos Historia y crítica de la opinión pública, libro donde repasó la relación entre democracia representativa y espacio público, entendido éste como conjunto de medios más o menos precarios que desde finales del siglo XVII sirvieron para poner en relación clase política y ciudadano burgués. Sin esta relación sería imposible aplicar el principio de responsabilidad y, lo que es más importante, controlar los excesos de los gobernantes.

El autor nacido en Düsseldorf pronto se percató de que todo el modelo de prensa liberal descrito en su libro podía resultar inservible en el contexto de la crisis de legitimación del capitalismo tardío. La colonización del mundo de la vida por parte de lo administrativo y el predominio de las relaciones mercantiles harían cada vez más difícil considerar a la prensa y el periodismo como esa instancia neutral que presenta objetivamente los temas que interesan a la sociedad. Por ello, repensó su teoría y comenzó a hablar de una acción comunicativa que potenciara y garantizara formas de democracia deliberativa.

Hoy Habermas nos parece muy lejano, aunque nunca ajeno. La eclosión de internet y del mundo digital ha hecho precipitar el declive del periodismo tradicional. El descenso de las ventas de las cabeceras de papel ha sido vertiginoso desde el año 2000. En gran medida, leer el periódico ha dejado de ser la oración mañanera del hombre moderno que aludiera Hegel: el hombre posmoderno ya no necesita un artefacto que además de noticias le traía la cartelera de los cines, los anuncios de empleo, las farmacias de guardia o la programación de la televisión. Para todos estos asuntos y muchos más hoy contamos con páginas web que nos dan todo tipo de información a tiro de clic y en unos segundos.

Por supuesto, la pérdida de equilibrio financiero de los periódicos ha terminado por afectar a la propia naturaleza del periodismo. Recordemos que, por ejemplo, en nuestro sistema político, la formación de la opinión pública es clave para que la información veraz ayude a los ciudadanos a ejercer la soberanía (art. 20.1 CE). En esta tarea esencial el periodismo ha tenido que ir adaptándose a las pautas irónicas que marcan las redes sociales. Estas han modificado la posición del ciudadano frente a la esfera pública tradicional, al situarle como un actor capaz de producir una cantidad ingente de opinión que afecta a la formación de la voluntad política. Ello, al margen de las graves deficiencias deliberativas que podamos achacar a Twitter, Facebook u otras plataformas digitales.

La incorporación del ciudadano creador de opinión ha afectado a la forma de hacer periodismo. Se ha pasado de un rigor verificador, que tenía como tarea central indagar e investigar, a una praxis meramente aseverativa, donde los comentaristas y los tertulianos intercambian pareceres en el contexto de un activismo que a veces causa sonrojo. Esta realidad quizá es menos visible en el mundo trasnochado del papel, pero alcanza cotas imponentes en el marco de la televisión, la radio y las diversas cabeceras digitales. Entiéndase, resulta necesario que opiniones formadas ayuden a educar a la ciudadanía para que sea capaz de evaluar la actividad de los representantes. Sin embargo, como al final se trata de tener presencia en el tráfico digital, la mayor parte de los medios de comunicación han optado por asumir como propias causas ideológicas que popularizan partidos y movimientos sociales. Adiós a una agenda que atienda a las viejas premisas informativas.

Esto el poder lo sabe de sobra, por lo que desde hace años ha encontrado la forma no solo de comprar noticias o hacer ineficaz cualquier forma de control periodístico mediante subvenciones, sino de poner a su servicio potentes maquinarias comunicativas que desde lo público y lo privado legitiman acríticamente cualquier proyecto político. Los expertos en cratología callan o protestan según venga el viento. Los consumidores tuiteamos. Y los alumnos que cada mañana se dirigen a la Autónoma en autobús dejan sin tocar los montones de periódicos que la Generalitat pone a su disposición gratuitamente. Contra la propuesta de Habermas de reconstruir deliberativamente la democracia, está emergiendo un leviatán plebiscitario con una potente y paradójica capacidad disolvente. Esperemos que, al menos, el maestro de la Escuela de Fráncfort haya tenido un feliz cumpleaños.