Unidas Podemos no acaba de superar sus tics populistas. Querer estar, a la vez, en el Gobierno de España y en la calle los rebaja de partido de gobierno” a partido en el gobierno temporalmente.

La campaña con el eslogan “no a la guerra”, que Podemos está impulsando, es demagógica y falaz, propia de formaciones antisistema testimoniales como la CUP o circunstancialmente compañeras de viaje como Izquierda Unida y En Comú Podem, también participantes en la iniciativa.

Como posición ética, “no a la Guerra” es irrefutable, suscita una inmediata simpatía y aceptación, pero Podemos, partido político, no lo invoca en el terreno ético, sino en el abiertamente político. Rememorar como precedente el “no a la guerra” de 2003 por la invasión de Irak es deshonesto, las circunstancias y los actores de ahora son radicalmente distintos.

El eslogan, que sin duda agrada a cierta calle, lleva implícitas varias intenciones, todas interesadas. Una, insinuar que el PSOE es partidario de la guerra o el “partido de la guerra” junto con el PP, como dice Pablo Iglesias, y que solo los participantes en la campaña son partidos de “la paz”.

Otra, ignorar la realidad internacional y, en concreto, la política desestabilizadora de la Rusia de Vladímir Putin. Ignorancia que es imperdonable en Podemos a estas alturas de su participación en el Gobierno, o, que, si es fingida, peor que imperdonable, porque evidencia mala fe.

España es miembro de la OTAN y como tal tiene la obligación de participar en el fortalecimiento de la seguridad común, al mismo tiempo que en su estratégica posición entre Europa y el norte de África se beneficia de la disuasión a terceros que aporta la pertenencia a la OTAN. Ningún partido de gobierno puede ignorar esos factores.

Podemos e Izquierda Unida deberían reconocer ya que la Rusia de Putin no es la idealizada Unión Soviética en la memoria de cierta izquierda, sino un Estado armado hasta los dientes, potencialmente agresor, hoy a Ucrania, a la que ya amputó manu militari Crimea en 2014, antes a Georgia, mañana puede que a Estonia, Letonia o Lituania, o a cualquier otro Estado que linde con Rusia.  

Putin lleva más de 20 años asentado en el poder. El balance de su gestión es desastroso. En lo político la incipiente democracia rusa ha retrocedido manifiestamente. En lo económico el fracaso es rotundo.

Rusia, el país más extenso del planeta, 17,13 millones de km2, con recursos naturales abundantes, una población de 144 millones y gente preparada, en 2019 su PIB era un 6% inferior al de Italia y el PIB per cápita menos de la mitad del español. Nada de Rusia invita a ser imitado. Con ese balance se comprende que Putin quiera desviar la atención de los sufridos rusos hacia el exterior, manipulando, además, la nostalgia nacionalista que sienten de la gran potencia vencedora de la Alemania nazi que fue la Unión Soviética.

Putin pretende restablecer el sistema de zonas de influencia en los antiguos países del Pacto de Varsovia y en las repúblicas exsoviéticas, una pretensión reaccionaria, el regreso a un mundo bipolar que ya no existe. Esos Estados son soberanos y libres de decidir sus alianzas.

La retórica de la paz y la diplomacia ante autócratas y dictadores tuvo fatales consecuencias en el siglo XX. El apaciguamiento les abrió el apetito y con el apetito llegó la guerra. Por supuesto que hay que apostar por la diplomacia, pero no con el lirio en la mano. Solo mostrando firmeza se podrá negociar en igualdad de condiciones con Putin.

Actualizar los acuerdos de seguridad en Europa entre la OTAN y Rusia es algo que conviene a todas las partes, también a España y a lo que representan Podemos y los otros del “no a la guerra”, pero no al precio del apetito de Putin.

Podemos a lo más que puede aspirar, cuando madure, es a ser el ala izquierda de la socialdemocracia, a falta de ver si el PSOE, genuino representante de la socialdemocracia, necesita un ala izquierda.

Pero antes, Podemos debe aprender a ser plenamente un partido de gobierno de un Estado con obligaciones y riesgos internacionales, con lo que sobra su “no a la guerra”. Nadie quiere la guerra en Europa, nadie piensa agredir a la inmensa y militarmente poderosísima Rusia. Sostener lo contrario es demagogia o presbicia. El único que juega con la guerra es el amigo ruso.