Este fin de semana se celebran los congresos del primer y del segundo partido del país, según las últimas encuestas: el PP y Podemos. Pablo Iglesias, tan aficionado a los efectos especiales, ha querido esa coincidencia para remarcar la diferencia entre el viejo y el nuevo mundo de la política.

Pero la apuesta no le ha salido muy bien porque la rivalidad entre él y su segundo, Íñigo Errejón, reproduce un esquema clásico y aproxima a la nueva izquierda a lo de toda la vida.

Pero, ojo, no hay que equivocarse. Podemos vive algo normal y democrático: la lucha por el poder. El tándem es muy difícil de mantener a lo largo del tiempo porque la condición humana --tanto en política como en el mundo empresarial como en cualquier otra actividad-- no encaja con la igualdad entre dos líderes, la hace muy difícil; por no decir imposible.

Los argumentos de Iglesias y de Errejón tienen peso, son lógicos y razonables; en los dos casos. El primero quiere mandar sin ataduras, mientras que el segundo quiere mandar, pero desde la cocina, como hizo Alfonso Guerra en el PSOE y en el Gobierno de Felipe González durante algunos años (menos de lo que se dejó entender).

Que le pregunten a Pedro Sánchez. O a cualquier consejero delegado o presidente de una gran empresa

Claro que esa situación les acerca a los partidos clásicos, pero es algo normal en una organización con cinco millones de votos y 71 diputados. No hay demasiadas fórmulas para un gobierno efectivo: si el primer ejecutivo --secretario general o presidente-- no controla el órgano colegiado ante el que debe rendir cuentas --comité federal, comité nacional o consejo ciudadano-- está perdido. Que le pregunten a Pedro Sánchez. O a cualquier consejero delegado o presidente de una gran empresa.

Lo que ocurre en el PP es muy distinto. No hay debate. Mariano Rajoy ni siquiera ha explicado sus planes para esta balsa de aceite que veremos a partir de este viernes: lleva el partido con mano férrea sin levantar la voz --quizá sin decir palabra-- y pulso de ciclista. Todo el mundo está a la espera de lo que haya decidido.

Ha dejado que algunos cuadros peperos traten de moverle la silla a María Dolores de Cospedal, a la que él mismo hace luz de gas. El argumento para cuestionarla como secretaria general del partido es que dirige Defensa, un ministerio de Estado no compaginable con las tareas partidistas. Rajoy les deja hacer. Él, que es nada menos que presidente del Gobierno y que preside, dirige, controla y manda hasta en el último rincón del PP, es totalmente compatible.

Dos partidos, dos situaciones muy distintas y distantes, pese a darse en la misma ciudad. Nada que ver. Podemos está dando un espectáculo (democrático), mientras que el PP ni siquiera levantará el telón. En 2008, Mariano Rajoy las pasó canutas en el congreso de Valencia y se lo juró a sí mismo: “Nunca máis”.