Pensamiento

Defendamos Gondor

30 junio, 2015 08:52

El pasado viernes 26 de junio se produjeron varios atentados yihadistas en Túnez, Francia y Kuwait.

No puedo decir que este execrable acto de violencia me sorprenda. De hecho, me parece una fase más en la campaña de “agitprop” del islamismo yihadista, justamente convencido en mi opinión, de que sus últimas atrocidades no han conmocionado lo suficiente a las sociedades occidentales.

La subordinación de las personas a causas de orden superior son cicatrices lacerantes en la piel de Occidente

Qué decir del informe del Comité de los derechos del niño de la ONU que en febrero de este año denunciaba “el asesinato sistemático de niños pertenecientes a minorías religiosas o étnicas por miembros de la organización del Estado Islámico, incluidos varios casos de ejecuciones en masa de niños, así como decapitaciones, crucifixiones y entierros de niños vivos”. Por no hablar de violencia sexual sistemática de menores, secuestro y esclavitud sexual. Pasen, pasen, miren el precio de los menores en las etiquetas. ¡Hoy dos por uno! (y no es broma)

Y eso sólo centrándonos en los más desvalidos. Si añadimos la situación de la mujer, su tortura, vejaciones, mutilaciones, cosificación como mera mercancía, la lista de horrores sería inacabable. ISIS es su más extremo ejemplo, pero no el único. En todo caso, los atentados siempre servirán para exaltar a sus partidarios y reclutar nuevos mártires. Les conviene pues seguir agitando el avispero.

Que no se alarmen mis amigos musulmanes por lo que ahora sigue. No es en absoluto un alegato islamófobo. Muy al contrario, responde a mi convicción de que en este tema es necesario centrar la atención en el auténtico peligro; la amenaza contra las libertades y derechos de las personas. Un proyecto en el que con avances y retrocesos. Occidente lleva sumido más de quinientos años. Y con el que una vez más se quiere acabar.

Es una enfermedad de fácil diagnóstico. Nosotros mismos la hemos causado y padecido en diferentes noches oscuras de la historia. El totalitarismo y la intolerancia no son plantas de cultivo reciente. Ni oriental en exclusiva.

La subordinación de las personas a causas de orden superior, llámese religión, raza, ideas políticas, estados considerados “deus ex machina” o revoluciones orwellianas de todo pelaje, son cicatrices lacerantes en la piel de Occidente. Evidentemente hemos cometido muchos errores. Nuestra propia política internacional actual es benthamista, utilitarista, en ocasiones incluso bastante cínica. Pero eso no es excusa para renegar de los valores y principios que definen nuestra identidad y suponen una aportación incuestionable para el acervo de toda la humanidad.

¿Somos lo peor que hacemos? ¿Lo mejor que hemos hecho? No lo tengo muy claro. Lo que me parece obvio es que en aras de un mal entendido en el sentido de la interculturalidad, estamos dispuestos a arrojar lo mejor de nuestros logros por el sumidero de la historia. Hemos dejado de creer en nosotros mismos.

Precisamente por eso me irrita la actitud pacata, cuando no hipócrita, de una parte de nuestra clase política al hablar de estos temas. Esas melifluas posiciones equidistantes entre quienes con sus virtudes y defectos defienden los derechos humanos, políticos y sociales, la dignidad y la igualdad que debe presidir la vida de las personas y la esfera pública de nuestras sociedades, de aquellos que se niegan a aceptar el derecho que todos tenemos a construir nuestro futuro en libertad.

Su conducta es inexcusable porque saben lo que nos jugamos. ¿Convicciones distraídas o puro y simple canguelo por las consecuencias? No señores no, enfréntense a la realidad.

Para redactar este artículo he repasado algunos efectos de estas manifestaciones de intolerancia y totalitarismo que ahora se nos sirve en cazo religioso. En Francia recientemente multitudes vociferantes portaban carteles del siguiente jaez: No democracia, sólo Islam. Sharia para Francia. El Islam dominará el mundo. Europa es el cáncer, el Islam es la respuesta.

O las peticiones en la propia España; estamos en Ramadán, queremos las playas sin nudistas. Por no hablar de la devolución de la Catedral de Sevilla o su utilización conjunta con los musulmanes, tan aplaudida por las mesnadas anticlericales, que no laicas. Igualito que el ahora museo de Santa Sofía.

En septiembre de 2014 Pérez Reverte también ejemplificaba el problema: un niño musulmán -no en Iraq, sino en Australia- exhibe un cartel con el texto: “Degollad a quien insulte al Profeta”. ¿Preludio de lo sucedido en Charlie Hebdo? O la pancarta exhibida por un joven estudiante musulmán -no en Damasco, sino en Londres- donde advierte: “Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”. Leyendo esto, uno se pregunta si falta tanto para que la última obra de Houellebecq, Sumisión sea una inquietante realidad.

Como decía al principio, el envoltorio del problema es religioso, pero su contenido va más allá: no aceptan la libertad.

Es por eso que creo debemos reflexionar sobre lo que nos jugamos en esta partida. Una partida con inquietantes similitudes con la obra de mi admirado Tolkien, “El Señor de los Anillos”. Disculpen los no adeptos a la fantasía pero no puedo por menos que acabar mi reflexión con una comparación entre la “Tercera Edad” tolkeniana y nuestra situación actual.

He dejado claro lo que creo que está en disputa: nuestra libertad, nuestra identidad, nuestra cultura, nuestra manera de ser. Principios, valores y expresiones de cómo nos entendemos a nosotros mismos como seres humanos. Incluso la propia pervivencia de la democracia -imperfecta o no- que nos hemos dado.

No muy diferente de lo que se jugaban los hombres del Oeste frente al ataque de las hordas de Sauron. Pero el Oeste estaba dividido: La Comarca, en su espléndido aislamiento, ignoraba al exterior. Rohan, desconfiaba de sus vecinos y se debatía en disputas intestinas. Los elfos de Rivendel y Doriath habían dejado de creer en su papel en la tierra media. Sus ojos estaban en los Puertos Grises.

¿Asumimos que nos encontramos en un conflicto global contra nuestra libertad o debatimos sobre los métodos usados por nuestros aliados?

¿Quién no podía eludir la realidad? Gondor. La ciudad blanca, la ciudad de los hombres. Gondor no era perfecta. Caída en decadencia, perdidos sus reyes, en manos de un senescal arbitrario al borde de la locura, desmoralizada, en retirada. Pero Gondor encarnaba al hombre del Oeste.

Y era la primera línea de defensa frente a Mordor. Desde las almenas de la torre blanca de Ecthelion era imposible obviar las fuerzas que se agitaban en el Este. Y las combatían.

No muy diferente de Israel. Aislado en la región, rodeado de países que cuestionan su existencia, sufriendo la desconfianza y las críticas de unos aliados que hasta hace pocos años veían el conflicto desde una cómoda distancia. Ah, pero ahora los señores de los Nazgul han llegado a la Comarca. Ahora se ataca Rohan en Helm, se pierde Osgiliath y tenemos los enemigos dentro de Casa, en Isengard.

¿Debemos cuestionar a Israel por su senescal? ¿Criticar los métodos y ambición de su capitán, Boromir? Son imperfectos, a veces erróneos. Pero son nuestro reflejo. Somos nosotros. Los hombres del Oeste. Sus valores; democracia, libertad, igualdad, justicia social, son los nuestros.

¿Asumimos que nos encontramos en un conflicto global contra nuestra libertad o debatimos sobre los métodos usados por nuestros aliados? ¿Han de cambiarlos? Pues tendámosles nuestra mano. No lograremos cambios sin confianza. Y no hay confianza sin compromiso.

Gondor hace tiempo que hizo el fuego en sus almenaras. Ahora nos toca a nosotros comprometernos. En los Campos del Pelennor se dirimirá el ser o no ser de Occidente.

Yo por mi parte, me adhiero a las palabras que en su día dijo Golda Meir al respecto: “Si se nos critica por qué no nos doblegamos, por qué no somos flexibles en la cuestión de ser o no ser, es porque hemos decidido que, sea como fuere, somos y seremos”.

En efecto, este no es un conflicto religioso. Es una lucha para defender lo que somos y seremos.