En 2018, el PIB catalán, según cifras provisionales, creció el 2,6% mientras el de Madrid lo hizo el 3,2%. Con ello, el PIB de Madrid superará el de Cataluña. Ya en 2017, el PIB de Madrid se quedó a pocas décimas del de Cataluña, en concreto el 19,2% del PIB español para Cataluña y el 18,9% para Madrid. Recordemos que, en 1980, Cataluña ya representaba el 19,2% del PIB español mientras Madrid sólo alcanzaba el 14,1%. El vuelco ha sido muy importante.

En riqueza por habitante ya hace muchos años que fuimos superados. Mientras en 1980 todavía íbamos por delante, en 2017 la diferencia sobrepasaba los 4.000€ per cápita en favor de Madrid. El paro también es unas décimas superior en Cataluña. El crecimiento de la población se hace a menor ritmo en Cataluña que en Madrid. El envejecimiento de la población hace que Cataluña no puede pagar sus pensiones. Madrid, sí.

Las expectativas de futuro no son mejores. Cae la inversión extranjera, se crean más empresas en Madrid que en Barcelona, el cambio de domicilio social de unas 4.000 empresas tendrá un impacto negativo progresivo los próximos años... No es de extrañar que, a pesar que el fracaso de la DUI ha frenado la huida de empresas, la previsión de crecimiento del PIB para 2019 es del 2,8% para Madrid y del 2,2% para Cataluña. Las agencias de rating continúan calificando la solvencia catalana como “bono basura”.

De los datos anteriores se deduce una primera conclusión evidente: el autogobierno, monopolizado por el nacionalismo, no le ha sentado bien a Cataluña. Y ello a pesar del tirón económico que significaron los Juegos Olímpicos, realizados a pesar del nacionalismo.

Más allá de esta constatación, ¿cuáles son las causas concretas por las que Cataluña ha dejado de liderar la economía española y su PIB per cápita está por detrás de Madrid, País Vasco y Navarra?

Seguro que el nacionalismo repetirá uno de sus eslóganes favoritos: “España nos roba”. ¿Acaso la España de Franco no nos robaba? También se alega el efecto capitalidad. ¿Es nueva la capitalidad de Madrid?                         

En un país normal, de verdad, los medios de comunicación, la Universidad, el Govern, se ocuparían de analizar el problema y buscar soluciones. No esperemos eso del régimen nacionalista. Aquí prevalecen el silencio, salvo escasas excepciones, y el victimismo acompañados de un toque de supremacismo.

Pero causas hay. Enumeraré algunas.

  1. La construcción de la Administración autonómica detrajo en pocos años gran cantidad de recursos, económicos y humanos, del sector privado al público. La aspiración de los jóvenes catalanes pasó de crear empresas a convertirse en funcionarios. De espaldas a la función pública, Cataluña era más emprendedora, creaba más riqueza.
  2. La política lingüística ha actuado de freno a la llegada de talento y ha promovido la marcha de Cataluña de personas y empresas. La lengua ha actuado de arancel protegiendo determinados colectivos a costa del interés general; ha creado un mercado cautivo, de ahí la adhesión de las clases extractivas al nacionalismo.
  3. La mayor presión fiscal, IRPF, Patrimonio entre otros, ha sido un factor desincentivador de la actividad económica. Ha propiciado que empresas y personas hayan elegido otro lugar de España para fijar su domicilio.
  4. La pérdida de peso relativo del sector industrial en la economía española y en la europea en general ha afectado más a regiones industriales como Cataluña. En este caso, el fenómeno es ajeno al nacionalismo. Pero el Govern no ha destacado por sus políticas reindustrializadoras. El alto precio del suelo industrial ha sido un freno al desarrollo junto a las causas más genéricas que han afectado a toda la economía.
  5. La corrupción, vinculada al clientelismo político, es otro factor desincentivador para las empresas no emparentadas con el nacionalismo. No sólo se han pagado comisiones sino que se han favorecido grupos empresariales alineados con el nacionalismo.
  6. La gestión y el gasto público no se ha orientado a crear riqueza sino al clientelismo, y en los últimos años, al impulso del procés.
  7. La política nacionalista de no querer implicarse en el Gobierno del país ha lastrado la presencia catalana en centros de decisión tanto en el ámbito estatal como en el europeo.
  8. La incertidumbre política, la inseguridad jurídica de un gobierno que se salta las leyes, la división social, el miedo a que la independencia implique la salida de la UE, el uso y abuso de las huelgas y algaradas callejeras, son otras razones de peso que configuran un panorama futuro nada halagüeño.

Al nacionalismo no le preocupa en demasía esta decadencia. Le ayuda en su política de limpieza ideológica, en su búsqueda de una sociedad lo más homogénea posible al menos en su clase dirigente. Los que se van de Cataluña, además de los jóvenes sin oportunidades de empleo, son los catalanes no secesionistas. Los que llegan, mejor que sean chinos, pakistaníes o marroquíes que latinoamericanos o del resto de España por cálculos puramente políticos. Jordi Pujol lo argumentaba sin ningún pudor.

A quienes viven en torno al poder ya les va bien restringir la competencia. El país se empobrece, pero ellos se enriquecen. Comunicadores, artistas, empresarios que viven del sector público, profesores, hay una amplio repertorio de beneficiados por la exclusión del castellano, el clientelismo y la corrupción económica e ideológica. Aquí no pueden desempeñar determinados puestos de trabajo ciudadanos del resto de España, por idioma y por sectarismo político. Al revés no hay problema, salvo que la inmersión lingüística les haya convertido en analfabetos en castellano, algo cada vez más frecuente.

La única forma de frenar el deterioro y empezar a revertir la dinámica es un gobierno en Cataluña que cambie las prioridades del secesionismo y de un izquierdismo infantil y populista que confunde empobrecimiento con igualdad y que apuesta por reducir el sector privado de la economía. Un gobierno que deje de invertir sus energías y su escaso talento en un procés que nos desangra. Si no se logra, estamos abocados a continuar con una decadencia cada vez más acentuada.