Pocos apostaban hace 10 años por Portugal. Sus ciudadanos han emigrado de este pequeño país durante siglos, acostumbrándose a vivir entre saudades del aire que un día respiraron. Van rompiendo tópicos. Desde que el socialista António Costa llegó al poder a finales de 2015, esa nación ibérica vive una envidiable estabilidad política y económica. Ha pasado de ser el patito feo a uno de los socios más fiables de la Unión Europea. Este año, crecerá el 5,8%, el porcentaje más elevado del bloque comunitario

El pasado viernes fue el día de las Comunidades Portuguesas. El 10 de junio de 1580 falleció Luis de Camões, autor del poema épico Os Lusíadas. Su muerte y su vida se celebran por todo lo alto. Los portugueses, sean de izquierdas o derechas, se definen de forma natural como patriotas. También se les conoce por su paciencia infinita y por unos buenos modos envidiables que les han ayudado a sobrevivir crisis financieras, deudas disparatadas y déficits imposibles. Incluso a la intervención europea de 2011. Aguantaron estoicamente cada exigencia de la troika, hicieron los deberes.

En los últimos tiempos, un Gobierno socialdemócrata clásico y serio ha conseguido cumplir todos los ajustes prometidos a la UE. Cuando, en diciembre pasado, el primer ministro dijo basta a las continuas exigencias de sus socios (Partido Comunista y Bloco de Esquerda) dio una lección de consistencia y valor, que le fue recompensada en las urnas.

Convocó elecciones, pese a que las encuestas no le daban buenas perspectivas, y el Partido Socialista ganó por mayoría absoluta. Algo insólito en estos días que corren. Por encima de las diferencias políticas, muchos portugueses de izquierda, centro y derecha prefirieron votar al PS para garantizarse un Gobierno fuerte y estable.

Los vecinos españoles, que antaño se veían más desarrollados, que miraban por encima del hombro, empiezan a sentir que valdría la pena imitar a los portugueses en algunos aspectos. Además de crecer este año por encima de la media europea, el desempleo portugués es solo del 5,8%, significativamente por debajo del español (13,3%). La nueva pesadilla ibérica es la inflación; en mayo fue del 8% en Portugal y del 8,7% en España. 

En el oeste de la península ibérica llevan algo más de un lustro reduciendo déficit público, que está ahora en el 2,80% de su PIB, mientras en nuestro país ha subido hasta el 6,87%. Promete el Ejecutivo portugués, dentro del Plan de Sostenibilidad 2022-2026, bajar la deuda pública, situada en un 127% sobre el PIB. Por su parte, España, que alardeaba de estar por debajo del 100%, lleva desde 2020 con dificultades para mantenerla por debajo del 120%. En 2016, la prima de riesgo portuguesa era el triple de la española; ahora, son parejas.

Históricamente cruzábamos la frontera para comprar toallas, pero en estos momentos los españoles, al igual que franceses y norteamericanos, llegan para invertir en la construcción, en energías renovables (el 25% del total frente al 4% español), en un innovador sector agroalimentarioSandra Ortega, socia y heredera de Inditex, construye un resort de 340 hectáreas en los arenales de Troia, junto a Comporta. La ola de compras en el sur de Portugal, liderada por fondos estadounidenses, parece imparable. El actor Georges Clooney ha sido de los últimos famosos en comprarse una parcelita en Costa Terra Golf & Ocean Club, en Melides, uno de los top 5 destinos mundiales de los inversores inmobiliarios. 

Algunos izquierdistas de manual se quejan de las decisiones business friendly de Costa, pero aún no he leído una alternativa a la actual y exitosa política económica. Solo atrayendo inversión puede Portugal conseguir que los jóvenes lusos no se marchen a otros países, que se queden y rejuvenezcan esta nación, la segunda más envejecida de Europa. Para aliviar el problema, se abre los brazos a la inmigración. Falta mucha mano de obra, más especializada y con mejores salarios. 

Los portugueses no solo pueden darnos lecciones económicas; también nos deberían impartir un máster en relaciones internacionales. Frente a nuestros vaivenes, la seriedad diplomática lusa es histórica. Así se justifican resultados, en teoría sorprendentes, como la presidencia de José Manuel Durão Barroso en la Comisión Europea o la secretaría general de la ONU de António Guterres.

Como sucedió en los 90 con Barcelona, Lisboa es la ciudad de moda. Ha empezado el verano y es imposible conseguir billetes y hoteles cerca de la costa mejor conservada de Europa. El oeste de la península ibérica vive un auge económico, en gran parte debido a la estabilidad gubernativa. Su rumbo firme y la credibilidad mundial conseguida preparan a Portugal para completar una década prodigiosa.