La partitocracia es un universo pasajero, dispuesto a decir cada mañana: “El día lo empiezo yo por donde quiero”. Unidas Podemos dirá que el peor crimen no es asaltar un banco, sino poseerlo; y los rosacruces del procés dirán que ellos solo hablan de referéndum y de autodeterminación. Cuando acabe esta murga sin futuro, Sánchez habrá tensado la cuerda demasiado de un lado y del otro y la entente política Barcelona-Madrid tendrá que esperar una vez más.

Lejos de la retórica, lo que sí ha funcionado es una fórmula deportivo-económica, como la Copa Davis inventada por Piqué, que ha sentado en el mismo palco a figuras de la política y la empresa españolas junto a Felipe VI. Tenía que ganar Nadal y ganó. Quiero pensar que el imbatible hizo honores a una realidad paralela, representada por deportistas de élite y estrellas del pop, al estilo Piqué, Sergio Ramos, Neymar o Shakira, desde luego menos rancia que la de los altos cargos monopolísticos, los Francisco González, Sánchez Galán, Botín, Pallete y compañía, que crean fundaciones para opinar sin mojarse, mientras ejercen su influyente lobby por la espalda. No hace falta añadir que este grupo de futbolistas y creativos es también mucho más natural que sus señorías electas, los Sánchez, Iglesias, Casado y la caterva nacionalista, que lo condiciona todo, por no hablar del marcianismo ultra de Ortega Smith y Santiago Abascal.

El deporte de élite está en condiciones de contribuir a la diplomacia útil, si se emancipa de las teologías nacionalista, marxista y ultra. Hoy sabemos que la pareja ganadora, Nadal-Piqué, es el ornato mejor acabado para representarnos en la concentración internacional de talentos, que une a la Europa del deporte, atajo institucional de la política. Sin subirse a ningún podio, Piqué ha montado la Davis del futuro con patrocinios en ambos lados del Ebro; y lo ha rematado con una performance en la Caja Mágica de Florentino, prodigio de arquitectura deportiva, que demuestra lo mucho que podríamos hacer juntos sin desperdiciar el tiempo en la esencialización de las patrias.

La depresión del 2008 demostró que es mejor negociar con corsarios que con gestores de fondos de inversión, porque ambos estaban por igual en los mercados, hacían el mismo trabajo y si uno quería salirse deshaciendo sus inversiones, siempre sería mejor y más rápida la vía del pirata. Ahora, el inmovilismo de los partidos políticos es peor, porque no tienen otro discurso que no sea el de defender sus poltronas en las instituciones del Estado. La sensación de inseguridad pronto se hará crónica: un país no funciona si su clase dirigente no da la talla, como ocurre ahora; o alguien tira del carro o el carro no se mueve.

Cuando el filibusterismo era un modelo de sociedad de mercado, mandaban gentes como el Corsario Negro, Morgan o Jolie Rouge, instalados en sus barcos, pequeños mundos off shore, ejemplos de democracia abierta, diversidad e incluso ilustración. Los mercantes con cañones a babor y bandera pirata representaban al orden en pleno océano; hacían de autoridad y de caja fuerte con sus sentinas llenas de metales preciosos. Las cubiertas de aquellos vapores eran como las mesas de dealers actuales; compraban y vendían a través de testaferros invitados y a velocidad de navegación, restando del precio el lucro cesante de cada operación hasta el momento de tocar un puerto seguro, tal como lo narran autores como  David Cording (La bandera pirata) o Peter Leeson (The invisible Hook). De hecho, la piratería inventó el capitalismo, antes de que Adam Smith escribiera La riqueza de las naciones. Para comprar en Rotterdam y vender en Copenhague eran necesarias varias jornadas navegación por el Báltico; no era el tiempo real de los mercados de hoy, pero sí era el sistema más veloz de su tiempo. El deporte siempre te lleva más lejos. Tiene el don exponencial que mostraron a la vista de todos los Juegos del 92, aquellos del Freedom for Catalonia con los que el nacionalismo rácano y ramplón quiso boicotear el Estado Olímpico de Montjuïc.

Ahora, la fuerza simbólica que desata el deporte parece haber movilizado a la incontinente Cámara de Comercio de Barcelona, controlada por la ANC, cuando trata de situarse en el mundo, encargando a Tatxo Benet (Mediapro) y Carles Tusquets (Banco Mediolanum) la promoción de los Juegos de Invierno en 2030. En el plenario de la institución previsto para este 27 de noviembre, el presidente Joan Canadell tiene intención de proponerlo. Y bien que lo sentimos muchos por estos dos excelentes empresarios y promotores, porque el sello de la Cámara está manchado de procés, el oleaje más antieconómico que ha recorrido la ciudad en toda su historia. Vamos, que sean los que levantan barricadas en las grandes vías de transporte los mismos que hablan de recuperar los juegos de la nieve, es un detalle cuanto menos grosero.

En nuestro mar, el corsario gozó de una cierta benevolencia, cuando se trató de robar a los ricos para repartir a los pobres, aunque la segunda parte de la frase nunca fuera cierta. La metáfora es una forma de conocimiento no un simple ornamento. Desregular es sano si se hace con orden. Por ejemplo, poco importa ya lo que opine la Federación Internacional de Tenis (ITF), a la que se le habían pedido innumerables cambios de formato. Cuando David Haggerty era el presidente, la idea le encantó, aunque el proyecto estaba detenido por su antecesor, Francesco Ricci Bitti. Fue en febrero del 2018 cuando la ITF dio el visto bueno por unanimidad en una reunión en Barcelona, en la que se analizó el sistema de competición y se trasladó la decisión definitiva a la asamblea de la federación internacional, en agosto pasado, en Orlando. De entrada, federaciones de tenis poderosas, como Australia, Alemania o Gran Bretaña, eran totalmente contrarias al cambio, pero Orlando dijo que sí al proyecto de Piqué. Sí, sí, el central es un chico de muchas nueces y poco ruido, justo al revés que la carcundia de ERC y JxCat.