Tengo la absurda costumbre de revisar la pequeña sección de aniversarios que suele aparecer en los diarios de papel. Fue así como ayer me enteré de que Josep Miquel Arenas Beltrán, en arte (o algo así), Valtònyc, alias L´indomable, cumplía 26 años. Formaba parte de una inmerecida lista de nombres más o menos ilustres como Alejandro Sanz, Brad Pitt, Steven Spielberg o Keith Richards, a quien ayer le cayeron los 76, cincuenta añitos más que al rapero balear. No pude evitar pensar en esta funesta serendipia. Y en que al pobre Valtònyc no le ha servido de nada nacer el mismo día que el guitarrista de los Stones: no se me ocurren dos personajes más opuestos y la cosa se me antoja hasta una ofensa gratuita para el pobre Keith, al que venero tanto como desprecio a Valtònyc, ese mallorquinarro que recita las memeces antisistema que escribe con una severidad impropia del material en cuestión.

Por regla general, el rapero español es un resentido social que, como no sabe ni cantar, ni componer ni tocar ningún instrumento, se ha enganchado al género para poder rebuznar sus consignas pueriles como si se tratara de epifanías fundamentales. La canción social siempre ha sido un coñazo, pero hay que reconocer que Woody Guthrie, The Clash, Raimon o Billy Bragg se esforzaron para fabricar piezas de mérito. Valtònyc lo único que ha hecho es ciscarse en todo y desear la muerte a gente que le cae mal con sus lamentables ripios, por los que estuvo a punto de ir al talego. Para evitar tan funesto destino, se piró a Bélgica, donde se ha convertido en la mascota de Puchi y demás fugitivos de la justicia, políticos que no tienen nada que ver con su supuesta ideología comunista y que en España ni le dirigirían la palabra. Esa es la peor fase, hasta ahora, de nuestro rapero mallorquín. De hecho, no hacía falta ni que se exiliara, ya que también condenaron a su colega Pablo Hassel --éste ya roza la demencia-- y sigue suelto. Y convertirse en el bufón de una gente que preferiría contar con la compañía de Núria Feliu no es lo que se espera de un muchacho trabajador activista (que es como firmaba sus delirantes misivas Ignatius J. Reilly).

Valtònyc ni se molesta en respetar el dress code de los antisistema, pues siempre viste --dudo que sea con intención irónica, dadas sus escasas luces-- camisas de Ralph Lauren o polos de Lacoste, consiguiendo un look de yerno ideal que completa con unas gafas de intelectual que tal vez estén graduadas. Nadie sabe muy bien qué hace en Bélgica, aparte de apuntarse a los saraos de Puchi, y nadie entiende cómo puede ser tan amigo de unos señores de derechas que lo tienen todo para que los considere enemigos de clase. Supongo que se trata de una de esas amistades falsas que se traban en el extranjero cuando no hablas idiomas y te tienes que conformar con la colonia de tu país, a la que no vuelves a dirigir la palabra cuando volvéis a casa. O como los amigos de la mili, unidos por una situación especial que al quedar atrás invalida una amistad que era más bien de conveniencia. Puede que Valtònyc solo vaya a la Casa de la República cuando Puchi le informa de que ha llegado una remesa de sobrasada picante mallorquina. En cualquier caso, se trata de una vida muy triste. Sobre todo, si la comparamos con la de Keith Richards, quien, de joven, fue un insumiso de verdad al que detenían cada dos por tres por consumo de estupefacientes y demás ofensas para biempensantes.

La rebeldía juvenil cada vez es más cutre gracias a personajes como Valtònyc, que se vende por una caja de galletas Quelis y dos ensaimadas. No sé si existe una asociación de raperos comunistas en España, pero caso de existir, ya tardan en expulsarlo.