A muchos de nosotros nos gusta el sabor de las magdalenas Ortiz. Un producto que nos trae recuerdos de nuestros desayunos infantiles. Pero si queremos comprar ahora estas magdalenas tendríamos algún problemilla. Ortiz es hoy una marca de Bimbo especializada en producir variedades de pan tostado, aunque su logo sigue teniendo forma de madalena y en encuestas de recuerdo de marca no son pocos los que siguen identificando a Ortiz con las magdalenas que dejó de producir en los años 90 del siglo pasado. Ortiz, Mirinda, Kentucky Fried Chicken... son marcas que perduran en el recuerdo colectivo más allá de la vida de los productos o de sus empresas.

Algo parecido le ocurre a Barcelona. Hoy es una ciudad decadente, semiparada, aburrida, insegura, sucia,…. Pero sigue atrayendo a cierto tipo de inversores internacionales. No hay más que echar un ojo al horizonte del 22@, las grúas han vuelto, y lo han hecho con fuerza. Se siguen construyendo oficinas como si no hubiese un mañana. Fondos y family offices se disputan los solares del distrito tecnológico para levantar torres de cristal en las que alojar hubs digitales de multinacionales de medio planeta. A pesar de tener un aeropuerto a medio gas, a pesar de los robos, a pesar de todo, se sigue apostando por una ciudad que hoy es más una marca que una realidad.

Seguimos con la penosa “movilidad táctica”, los accesos a Barcelona son una ratonera y cada vez hay menos carriles, lo que provoca atascos y, por ende, más contaminación. Las calles siguen infestadas de barreras de hormigón pintadas de amarillo para proteger unas terrazas que cada vez usa menos gente. Pero lo más inquietante es la loa al decrecimiento, al retroceso de parte de quienes nos malgobiernan. Es increíble que se pueda abanderar el empobrecimiento colectivo desde puestos públicos y no pase nada.

Para un directivo internacional la apuesta por Barcelona es mucho más segura que otros centros emergentes como Málaga. Málaga es probablemente la ciudad más interesante de España en la actualidad, bien comunicada y con talento más que suficiente. Pero para quien toma una decisión en Amsterdam o Londres se generan demasiadas dudas. Oracle hizo una due dilligence enorme en 2011 a la facultad de ingeniería informática de Málaga antes de decidir que se instalaba en el Parque Tecnológico de Andalucía, y la aprobó con nota. Pero no todas las compañías hacen lo mismo que Oracle y se dejan guiar por la intuición o por una cierta moda, lo cual nos favorece como una ciudad consolidada.

Barcelona está dejando pasar muchos trenes. No ha presentado candidatura a la Expo 2030, le hace ascos a los juegos olímpicos de invierno, no quiere una sucursal del Hermitage y tampoco una ampliación del aeropuerto. Si no despertamos nos pasará como a las magdalenas, la marca puede que siga, pero la ciudad dejará de existir, al menos como la conocemos ahora y, sobre todo, como creímos que podría llegar a ser.