Seguramente muchos de ustedes estarán familiarizados con la expresión "poner una pica en Flandes", aún sin tener, quizá, muy claro su significado exacto y origen. Permítanme refrescar su memoria y retrotraerles a los días de Felipe II, hijo de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Ese monarca plantó muchísimas picas en Flandes, territorio bajo soberanía española. Las picas eran las lanzas pesadas que hincaban en tierra los piqueros de los tercios españoles, capaces de ensartar a caballos y jinetes a la carga; eran casi tan largas, pero aún más gruesas y pesadas, que las sarisas de la falange griega. En aquellos días ya se hablaba de lo que costaba poner, o plantar, picas en Flandes, pues siendo imposible el paso por Francia, y siendo que la ruta por mar suponía enfrentarse a los ingleses, las tropas españolas se embarcaban en Barcelona --puerto principal de la flota imperial de España desde los días de Carlos I, en el que muchos militares otorgaban testamento en castellano-- y navegaban hasta Génova. Y desde allí la soldadesca hacía larga y penosa ruta terrestre hasta los Países Bajos, por el denominado chemin des espagnols, desde Milán a Bruselas. Por eso la expresión "poner una pica en Flandes" se utiliza, incluso a día de hoy, para ilustrar algo que es y resulta sumamente costoso y de tremendo esfuerzo.

El Muy Honorable (para algunos) presidente Puigdemont ha querido, como buen renegado español de casta, clavar también su pica en Flandes. Y curiosamente a este amasador de ensaimadas no le ha costado mucho plantarla, porque la burrada que se ha pagado para que él se exhiba impúdicamente en una sala del Parlamento Europeo en Bruselas, junto a otros dos honorables fantasmas arrastracadenas, Junqueras y Romeva, la vamos a costear todos.

Vaya por delante que sólo las inserciones publicitarias en prensa --Le Monde, Financial Times, Il Corriere de la Sera, De Standaard--, gestionadas por el Havas media Group Spain de la familia Rodés, propietaria del periódico Ara, han supuesto 127.810 euros, a los que deberemos sumar pagos en concepto de alquiler de sala; organización; impresión de carteles; sueldos del personal; billetes de avión y trasporte terrestre; alojamiento en hoteles de primera; comidas, cenas, desayunos, cócteles y agasajo a adláteres, paniaguados y medios de comunicación afines al régimen, y una cifra indeterminada de invitados desplazados desde Cataluña, auténtica claca independentista dispuesta a aplaudir hasta con las orejas. Digámoslo claro: el 85% de los que llenaron la sala eran catalanes, y lucían la pegatina de invitado en las solapas. Junto a ellos, una docena de eurodiputados de partidos independentistas europeos. Y mucho cartelito de Visca Calafell independent. En Bruselas aún se hacen cruces y juran que algo semejante no volverá a pasar.

Resulta imposible saber con exactitud cuántos miles--decenas de miles-- de millones de euros ha dilapidado el nacionalismo en su particular hégira soberanista a ninguna parte

¿Alguien es capaz de calcular cuánto nos ha costado en total a todos los ciudadanos el que estos espantajos hayan plantado sus picas en Bruselas, para soltar, ante un auditorio de hardcore fans, frases tan gloriosas como "lo que está en juego no es la independencia sino la democracia; este es un problema europeo" o "Cataluña es una nación con instituciones milenarias, Europa no puede mirar hacia otro lado"?

Nunca lo sabremos. Romeva, el transparente, rehusa contestar. Calcular el despilfarro es imposible; sería más fácil contar los granos de arena de una playa. Y todavía resulta más imposible saber con exactitud cuántos miles--decenas de miles-- de millones de euros ha dilapidado el nacionalismo en su particular hégira soberanista a ninguna parte. Ahora mismo planean inaugurar otras cinco embajadas, además de seguir creando mastodónticas estructuras de Estado para perpetuar su reinado y seguir viviendo de la sopa boba en su irreal ínsula Barataria independiente. Pero ojo al dato: ambulancias pediátricas sólo tenemos dos, y no dan abasto; los hospitales se desbordan cada dos por tres; miles de familias viven bajo el umbral de la pobreza; 271 empresas radicadas en Cataluña han huido en 2016 de la inseguridad jurídica creada por estos mamelucos como de la peste bubónica... Y pasan años y años y aquí nadie legisla, nadie gobierna, porque parece que estemos "esperando a los bárbaros" del poema de Konstantino Kavafis.

Poco importa que hablemos de Mas, o de Puigdemont, de Romeva, de Junqueras o de Rovira. Todos ellos son, en resumidas cuentas, procrastinadores profesionales, cuya gestión de gobierno y vivencia política se ciñe al precepto clásico "no dejes para mañana lo que puedas postergar indefinidamente". De hecho, el maldito prusés no es más que eso: procrastinación pura y dura, huída hacia delante, dejación de responsabilidad y modus vivendi. La expresión catalana qui dia passa, any empeny, aunque ambigua y aplicable también en sentido contrario, lo define a las mil maravillas.

Suelo escribir siempre con humor e ironía, saben que acostumbro a invitarles a sonreír ante todo este despropósito y a tomárselo siempre lo mejor posible, pero hoy, y no me pregunten el motivo, reconozco que estoy sumamente enojado, harto y asqueado.

Algún día no muy lejano estos carcamales deberán enfrentarse al veredicto de todos los catalanes, constitucionalistas e independentistas. Estarán desnudos, en plaza pública, sin una teja sobre sus cabezas y sin una baldosa bajo sus pies; rodeados de vacío, desencanto, frustración y mucha rabia.

Todos estos miserables deberán pedir perdón.

Todos deberán pedir perdón. De rodillas.