Como la pandemia nos ha trastocado la vida y las relaciones personales, más allá del teléfono o videoconferencia, apenas hace una semana pude reencontrar a una colega, después de ya no recordábamos cuánto tiempo. Colaboradora y tertuliana de diversos medios, hacía tiempo que le tenía perdida la pista como lector regular de sus comentarios. Lógicamente, le pregunté por la razón de su silencio escrito. La respuesta fue tan inmediata como contundente: “Porque me aburre profundamente hablar siempre de lo mismo desde hace tanto tiempo”. Me recordó aquello de que el hombre es esclavo de sus palabras, pero dueño de sus silencios de Aristóteles. Pero también me obligó a reflexionar sobre el inmenso aburrimiento y la desesperanza que puede invadirnos con tanta frecuencia. La verdad es que empieza todo a resultar un inmenso peñazo, hartos de sorprendernos con estupideces de lo más pintoresco.

Vistas así las cosas, empiezo a pensar que lo único importante que ocurre se concentra en el triunfo de Rafael Nadal en Roland Garros y, ¡ay qué pena y qué dolor!, la bifurcación de las vidas de Shakira y Gerard Piqué. Poco importa la guerra de Ucrania, la crisis alimentaria, la inflación, la viruela del mono, el desbarajuste imperante en Gobierno y Govern, el futuro de Carles Puigdemont... y tantas otras cosas. Es como si una extraña conjunción astral hiciera que todo o casi todo salga mal en Cataluña: hasta el Real Madrid ganó su enésima Copa de Europa. Al final, algunos ganan por aburrimiento y empujando a que nos situemos en un modo Gramsci alterado, demasiado pesimismo de la inteligencia y cada vez más escaso optimismo de la voluntad. Sin que tengamos claro si es mejor rendirse ante el tedio o atiborrarse de magnesio para escapar de la tendencia a la depresión.

Siempre cabe pensar que de otras peores hemos salido, pero también conviene recordar que, como dijo el filósofo, la esperanza es el peor de los males, porque prolonga el tormento y puede acabar trastornando a cuantos se acojan a ella. Nicolás Sartorius reflexionaba hace unos días en Infolibre, a propósito de la acción del Gobierno y cómo se explica, sobre la idea de que “cuanto mejor, peor”. De momento, al menos por estos pagos, podríamos concluir que cuanto peor, peor. Es tal y como si la pandemia hubiera tomado cuerpo en la sociedad y fuésemos víctimas de una metástasis de colauismo en Barcelona y de independentismo en Cataluña. La situación actual en ambos espacios puede parecer desastrosa, pero tampoco hay que desanimarse: aún puede ir a peor. Así que mejor será mantener el anhelo de que es posible revertir las cosas, incentivar el debate público y confiar en una recuperación económica y anímica, no solo de Barcelona y Cataluña, sino de toda España.

Mientras se abren las ventanas y se airea el espacio, habrá que admitir la inevitable presencia de ocurrencias de todo tipo. Resulta comprensible así incluso que una madre quiera ver a su hijo de ujier en el Parlament donde ella es secretaria general: el factor humano siempre tiene un gran peso en las decisiones personales. Todo es cosa de ponerle voluntad para que todo acabe siendo como se pretende, aunque se trate de generar energía limpia para superar la crisis climática, reducir la dependencia de combustibles fósiles e impulsar lo que algunos llaman ya la agenda verde de la Generalitat a quien gustaría contar con una compañía eléctrica pública, siguiendo el modelo del ayuntamiento barcelonés que ya se sabe que todo se pega menos la hermosura. Los saltos de agua están así en el punto de mira de la administración catalana que aspira a revertir las concesiones actualmente en vigor o en vías de extinción.

No solo eso: la Consejería de Acción Climática ha anunciado que la comunidad requiere contar con un parque eólico marino de 1.000 MW en la costa catalana para 2030. Una potencia instalada que equivale prácticamente a una central nuclear como las de Ascó o Vandellós. Recuerda aquel plan eólico que hace veinte años quiso impulsar la Generalitat, con Albert Mitjà como director general de Energía, un proyecto que se fue al traste por la oposición ecologista y por la entrada en juego de lo que se conocía como el “sector de los negocios” de CDC. Teniendo en cuenta que los aerogeneradores de última generación pueden ser de hasta 14 MW, tenemos unos 70 molinos de hasta 30 metros de diámetro cada uno frente a la costa.

Ya se verá cómo evolucionan estos proyectos, pero lo que es seguro es que su puesta en marcha se hará con dinero público, es decir, con nuestros impuestos. Tal vez algún día llegue un momento en el que se haga algún tipo de rendición de cuentas por parte de los gestores de la cosa pública. Llamativamente, el informe de la Oficina Antifraude de Cataluña al Parlament aseguraba que el año pasado recibió 430 denuncias anónimas por presuntas actuaciones irregulares de los gestores públicos. Es un signo más de que algo no va bien con una forma de gobernar, máxime si se tiene en cuenta que en tiempos de crisis se hace muy difícil el acuerdo y prácticamente el consenso o la negociación. También es posible que sobren mentes brillantes de asesores capaces de sugerir cualquier cosa para quedar bien.