Este domingo Artur Mas habrá descubierto, si no lo sabía, su irrelevancia política. Al menos para La Vanguardia. Su articulo Volvería a hacer lo mismo ha sido relegado a una modesta página 36 del rotativo.

He criticado en numerosas ocasiones la deriva independentista de Mas por su daño a Cataluña, pero también a su propio partido y a la representación política del centro derecha catalanista. Sin duda, la declaración de Pujol sobre su patrimonio y las revelaciones posteriores sobre otros miembros de la familia no le han ayudado. Pero la realidad es que el Astut, como suele pasar a los políticos hábiles pero demasiado preocupados por el cortoplacismo y con falta de visión estratégica, ha fracasado. Quizás por ello se aferra a la posibilidad de volver a tener una oportunidad en las urnas para reivindicarse, lo que no hace más que ahondar los muchos problemas que ya tienen los herederos de Convergència.

El PDECat sufrirá su crisis final el día en que se oficialice que ya no es el primer partido de Cataluña. Que ERC ha ocupado su lugar. En ese momento deberá definirse ideológicamente, ya no servirá ser el pal de paller, lo que le llevará a nuevas disensiones.

Esta debilidad del PDECat le hace especialmente vulnerable frente a la CUP. Puigdemont tiene hipotecada la principal arma de un presidente: convocar elecciones. Todos los partidos tratarían de retrasar al máximo unas elecciones que van a significar su pérdida de la Presidencia de la Generalitat y, probablemente, su desalojo del Gobierno. Pero esta resistencia no hace más que seguir debilitándolo, lo que le radicaliza aún más en una espiral difícil de revertir.

En los próximos meses el mayor peligro de radicalización y de forzar un choque de trenes vendrá, paradójicamente por sus orígenes, más del PDECat que de ERC

Mientras tanto, Junqueras espera su momento --qué feliz le haría que la CUP no aprobara los presupuestos-- combinando su apuesta formal por el referéndum con cultivar un perfil de interlocutor afable y formalmente cordial con el Gobierno central. El próximo presidente de la Generalitat deberá aparcar la independencia y afanarse a gobernar y, por tanto, a pactar con el denostado Madrid. Junqueras, lógicamente, no quiere cerrarse las puertas a ser un presidente duradero.

Todo ello nos lleva a que en los próximos meses el mayor peligro de radicalización y de forzar un choque de trenes vendrá, paradójicamente por sus orígenes, más del PDECat que de ERC. La tentación de forzar una intervención del Estado --articulo 155 de la Constitución-- puede ser visto como la única manera de establecer un paréntesis político que evite la pérdida definitiva de la hegemonía institucional de los exconvergentes. O, al menos, si no se llega a la intervención, crear un clima confrontación que haga muy difícil a ERC negarse a algún tipo de lista unitarias frente al "Estado represor" que minimice los daños.

En definitiva, viviremos en los próximos meses un final de etapa apasionante y que se presenta con muchas incógnitas. Deseemos que, ante la imposibilidad de materializar el referéndum, la responsabilidad prevalezca en todos los partidos políticos, se acepte la realidad y se convoquen elecciones, y que la sociedad catalana en su conjunto evite confrontaciones dolorosas e inútiles.