Zeta, el grupo catalán de medios de comunicación, anunció esta semana el cierre de los semanarios Interviú  y Tiempo. Arguye tres motivos. Primero, que ambas cabeceras han sufrido un derrumbe de las ventas del 80% en la última década. Segundo, que los ingresos publicitarios se han desplomado. Y tercero y último, que las cuentas de las dos revistas llevan tres lustros sumidas en un océano de números rojos. En semejantes circunstancias, la continuidad es insostenible. La clausura significa dejar en la calle a 24 empleados.

El descalabro de Interviú y Tiempo corre parejo con los problemas que el propio Grupo Zeta atraviesa desde hace mucho tiempo. Bajo la batuta de Antonio Asensio Mosbah, hijo del fundador Antonio Asensio Pizarro, se mantiene con respiración asistida a base de refinanciar una y otra vez su pasivo bancario. Por ello, bien puede decirse que en Zeta no manda Asensio, sino los bancos acreedores, en particular su principal prestamista, Caixabank.

Tal crisis es una manifestación más de las dificultades generalizadas que vive la práctica totalidad de los productos mediáticos impresos sobre papel. El sector arrastra una dilatada agonía que dura más de diez años. Es ya tan prolongada e intensa, que amenaza con alcanzar la categoría de eviterna, es decir, que tuvo comienzo pero no tendrá fin.

El futuro es ciertamente desesperanzador. Hoy ya no queda un solo periódico que supere los 100.000 ejemplares de venta diaria en los quioscos. Dentro de pocas semanas se conocerán los datos completos de 2017. Se puede anticipar que son muy negativos, con derrumbes de hasta el 15% de las ventas.

El futuro los medios impresos es ciertamente desesperanzador. Hoy ya no queda un solo periódico que supere los 100.000 ejemplares de venta diaria en los quioscos

La imparable eclosión de internet deja muy tocadas las ediciones en papel. Además, cada día tiene menos sentido comprar diarios. Sus noticias resultan viejas para una multitud de ciudadanos que pueden consultar el curso de la actualidad en sus móviles a todas horas.

Si la audiencia baja sin cesar, lo mismo ocurre con los ingresos de las sociedades editoriales. Valga un solo ejemplo. Desde 2007, se ha esfumado la mitad de la recaudación del grupo Godó, líder de Cataluña. Y ello, pese a que la cifra de negocio de los órganos digitales del mismo grupo se expande sin pausa. Por desgracia, ese incremento no cubre la mengua de La Vanguardia y los restantes periódicos de la casa.

El éxodo de los lectores acaba afectando a la influencia de los diarios, que cada día es menor. No hace muchos años, un editorial de El País  podía hundir la carrera de un ministro. Los leñazos que el diario de Prisa pueda propinar y propine hoy a los políticos de turno, apenas suscitan otra cosa que una glacial indiferencia de los lectores.

El crecimiento exponencial de los periódicos de internet, con Crónica Global como uno de sus protagonistas estelares, traerá como secuela que la audiencia se fragmente todavía más. El papel, herido de muerte, hará bien en ir preparando sus propios funerales.