En cuestión de días cumpliremos un año desde el primer estado de alarma y con él, la reducción de las libertades de los ciudadanos. Desde entonces muchos derechos han sido conculcados en aras de, supuestamente, mejorar la situación sanitaria. Hemos perdido derechos de reunión, de movilidad, de religión, de sufragio, de manifestación, de poder trabajar, de poder decir lo que pensamos… y a pesar de todo nos ha ido muchísimo peor que en Asia y Oceanía.

Las estadísticas globales nos dicen que los contagios y fallecimientos en el mundo desarrollado occidental son muy superiores a los registrados en los principales países de Asia y Oceanía. Es verdad que en el desarrollo de una epidemia vírica hay muchos condicionantes. Puede que en el desarrollo de la enfermedad influya la raza, la alimentación, el calendario de vacunas, las medicinas que se han tomado a lo largo de la vida, los hábitos sociales, el sistema sanitario al que se pertenezca… , pero es un hecho que los números, por imprecisos que sean, son radicalmente diferentes.

En, Japón, Corea o Australia el número acumulado de muertos por millón no llega a 50, y en China o en Singapur ni siquiera a 10. En occidente nos movemos en torno a 1.500 fallecidos por millón de habitantes, con países como Bélgica o Reino Unido ya superando los 1.800. Las diferencias en la gestión son, por tanto, indiscutibles.

En Asia y Oceanía el confinamiento ha sido corto pero contundente. No había excusa para salir de casa porque incluso la comida la proporcionaban militares. Y tras el confinamiento, con un número de contactos muy bajo, el rastreo es implacable, aplicando toda la tecnología posible y entrometiéndose en la vida de los ciudadanos sin pedir permiso. La entrada en el país es durísima, sometidos a cuarentenas cuartelarias llenas de revisiones y test. El Estado, la comunidad, está muy por encima del ciudadano.

En el Occidente desarrollado nos lo hemos tomado de manera diferente. Unos políticos desorientados han propuesto una batería de medidas, muchas de ellas incoherentes, cuya aplicación, salvo en el primer confinamiento, depende casi siempre de la buena fe de los ciudadanos. Nadie, o muy poca gente, controla que los contagiados asintomáticos y sus contactos se queden en casa, o que los confinamientos comarcales o autonómicos se cumplan. Y lo de los rastreos es de auténtica ciencia ficción. La aplicación no se usa y los rastreos físicos se ven desbordados día sí, día también.

Probablemente nuestro concepto de libertad es diferente al de los orientales, pero nos está saliendo caro. El número de fallecidos es enorme, como también es un desastre la evolución de nuestra economía con esta manera tan nuestra de hacer las cosas a medias. No hacemos vida normal pero tampoco hacemos todo lo posible para que el virus se pare. El resultado de esta convivencia imperfecta no es nada bueno.

Sin entrar en teorías conspiratorias, que las hay y cada vez más potentes, de esta pandemia surgirá muy debilitado el liderazgo global de occidente y reforzado el asiático, con China a la cabeza. Las economías occidentales han retrocedido, algunas como la española o británica muchísimo, un 11% en 2020, mientras que China ha crecido un 3%. Pero no solo está en peligro el liderazgo económico sino también el geopolítico pues China, y Rusia, usarán sus vacunas para aumentar su influencia en los países del tercer mundo y en vías de desarrollo mientras que Europa está en manos de multinacionales americanas o británicas. Sin duda el populismo británico también sale ganador, primer porque puede lucir, con razón, de más agilidad y habilidad a la hora de comenzar a vacunar y luego porque la llave de acceso al Reino Unido la tendrá bien escondida en forma de pasaporte covid.

El mundo que nos espera será diferente al previo a la pandemia, como lo fue tras la peste bubónica, su final dio paso al Renacimiento. Seguro que seremos más digitales y sostenibles, pero también Europa será menos relevante en el mundo, y nosotros seremos menos globales y menos libres. Defender la libertad del individuo aunque sea de manera inconsciente en Occidente no nos ha traído ningún bien, en gran medida porque nuestros gobernantes se han gustado en su papel de mal dictador a tiempo parcial… y lo peor está por llegar.