La sexta ola de la pandemia está impactando de lleno en la península Ibérica como un arrollador maremoto. Las restricciones vuelven otra vez a Cataluña. El Govern ha implantado recortes del aforo para la hostelería, los espectáculos y los gimnasios, amén de un toque de queda durante la madrugada.

Las empresas están activando otra vez el teletrabajo a marchas forzadas, a fin de frenar la expansión del virus y salvaguardar la salud de sus empleados. Pero los contagios crecen como la espuma día tras día y colocan a España en situación de riesgo muy alto.

El presidente Pedro Sánchez se ha sacudido cualquier responsabilidad de encima. Tiene muy presente la nefasta experiencia anterior del estado de alarma y el confinamiento. Así que se va de vacaciones hasta después de Reyes, no sin endosar a las autonomías toda toma de decisiones. Con su habitual desparpajo, alega para ello el bonito pretexto de la “cogobernanza”. Esta significa, en román paladino, que cada región se las componga como pueda. Y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga.

Las segundas Navidades azotadas por el Covid no parece que vayan a ser mejores que las primeras. Incluso es posible que revistan tintes más alarmantes. La variante ómicron está experimentando una expansión nunca vista hasta la fecha y se propaga a una velocidad vertiginosa. Nuestro país marcó esta semana cifras récords de contagios desde el estallido de la pandemia en marzo de 2020.

Mientras ello ocurre, la economía languidece de forma palpable. La previsión inicial del Ejecutivo para este año cifraba el crecimiento en un 7%. Pero la cruda realidad le obligó a rebajarlo a un 6,5%. Y aun así, sigue pecando de optimista. Los organismos nacionales e internacionales calculan en su mayoría que el avance del PIB se limitará a un 4,5% o poco más.

Sobre el papel, el progreso no parece flojo. Pero es fruto de un espejismo. Es de recordar que España encajó en 2020 el desplome más apabullante de su PIB acaecido desde la Guerra Civil. Así que cuando se arranca de mínimos escleróticos, cualquier progreso, aun el más modesto, semeja prodigioso.

Entre tanto, las noticias económicas de signo adverso se suceden a paso de carga. El coste de la electricidad escala semana tras semana cotas demoledoras. Los viajes turísticos y de negocios siguen hundidos. En los últimos días se ha desencadenado una cancelación masiva de comidas y cenas de empresa, con el consiguiente menoscabo para el dañado sector de los restaurantes y los bares. Estos acumulan durante el año que ahora concluye un retroceso del 20% respecto de las cifras prepandémicas. Y abordan el futuro inmediato con un aluvión de duras cortapisas equivalentes a una estocada devastadora para multitud de pymes.

En cuanto a los hoteles de Barcelona, presentan en plenas fiestas unos pobres índices de ocupación que no llegan ni al 50%. Semejante nivel hace ilusoria la pretensión de obtener beneficios.

A estas alturas algo está bastante claro. El siniestro Covid chino ha llegado para quedarse. No tenemos más remedio que irnos acostumbrando a convivir con él, ya que todo apunta a que llevará largo tiempo desterrarlo. Las vacunas, las mascarillas, los test PCR y los antígenos a buen seguro van a permanecer entre nosotros durante una inacabable temporada.