Es curioso constatar cómo la percepción del tiempo, ese intangible que solo alcanza concreción y mesura gracias al consenso colectivo, varía drásticamente en función de la circunstancia o el interés del observador. Desde un punto de vista existencial, cotidiano, familiar, siempre tenemos la sensación de que el tiempo se nos escapa entre los dedos. Vuelan los días, las semanas y los años. Pero en algunos momentos, como el actual, y experimentado desde lo político, se eterniza y discurre lento y espeso como la melaza.

La pasada semana, en apenas cinco días, concurrimos a las urnas y asistimos al fracaso del PSOE y de Unidas Podemos --760.000 votantes perdieron los primeros, 7 escaños y 654.000 votos los segundos--; a la monumental debacle de Ciudadanos, que perdió al 72% de su electorado; a la estratosférica ascensión de Vox --952.000 nuevos votos--; a la dimisión de Albert Rivera, y al anuncio sorprendente, en cuestión de horas, de un acuerdo de Gobierno de coalición entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, bomba informativa que desde entonces ha acaparado hasta el último segundo del tiempo disponible en debates, portadas y artículos, declaraciones y espacios televisivos. Deberíamos concluir, tal vez, que el tiempo en situaciones de vértigo y turbulencia política y social se ralentiza y se estira como una goma elástica… Perdonen la vulgaridad, pero ¿acaso cabe una maldita mierda más en tan solo cinco días? Sumen a todo lo enumerado --lo más relevante-- los cortes de autopistas y carreteras, el bloqueo y las consiguientes pérdidas millonarias en La Junquera, los nuevos desmanes de los CDR en Barcelona, un Gobierno en funciones amordazado, a la espera de pactos, que mira para otro lado y lo permite todo, y las chulerías del esperpéntico Quim Torra, que el lunes compareció ante el TSJC para "acusar" --hay que reírse para no llorar-- al Estado español de vulnerar sus derechos. Tela marinera.

Son muchos los que afirman que para un viaje así no hacían falta alforjas. Sí, cierto, buena frase y gran verdad, aunque muy manida; personalmente prefiero parafrasear a Groucho Marx trayendo a colación una de sus mejores citas: “Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria”; porque de la nada veníamos y a la nada hemos llegado, porque nada éramos y aún menos que nada vamos a ser. En resumen: qué tragaderas, qué paciencia, qué estoicismo el nuestro, el suyo y el mío, amigo lector, que nos obliga a aceptar miseria como animal de compañía, siendo como somos, eso creo o me gusta creer, tras tantos años de democracia, votos no cautivos, ciudadanos libres, espíritus analíticos que no sacrifican la razón ni el deseable bien común por una ideología o unas siglas concretas.

Pero así es, con todas sus virtudes y defectos, la democracia. Ocurre que lo peor de este asunto es que estamos en manos de quien estamos. Y digo yo que algún karma no saldado debemos arrastrar cuando nos vemos obligados a sufrir a políticos que, lejos de mejorar nuestras vidas, no vienen sino a complicarlas por su desmedida ambición, psicopatía y narcisismo. Ahora mismo, mientras leen estas líneas, Pedro “cum fraude” Sánchez, ese mentiroso compulsivo que en un mundo ideal no debería haber pasado de ser maniquí en una sastrería de capital de provincia, y Pablo Iglesias, el demagogo marqués marxista de puñito alzado de Galapagar, cosen que te coserás, aguja en mano, los pedazos de carne de un engendro al que insuflar vida y poder llamar Gobierno. Me niego en redondo a llamarlo Frankenstein, que soy cinéfilo hasta la médula; así que lo dejaré, si les parece bien, en Sánchezstein.

Para armar o zurcir el patchwork cárnico de Sánchezstein hará falta el concurso y la ayuda, en forma de voto favorable o de abstención en segunda vuelta, de lo mejor de cada casa de este país… Lo mejor de Unidas Podemos, Más País, PNV, Bloque Nacionalista Galego, partidos canarios, EH Bildu, ERC, e incluso de los Amantes, bueno, del Amante, de Teruel. Y creo que me dejo alguno en la relación. No lo sé. Como verán, se trata de una lista más larga que un año sin pan. Porque la cosa va de los años sin pan que vendrán de prosperar este sinsentido. Al tiempo.

De todos modos, ahora mismo, la pregunta pertinente --la más incómoda y perturbadora ante esta cama redonda que nos preparan-- es: ¿Y esto cuánto nos va a costar, además de los consabidos berrinches y disgustos? Que nadie se engañe. El precio que vamos a pagar por el reinado de este par de ambiciosos será inmenso. Permítanme, a modo de ejemplo, cuatro breves pinceladas…

Oriol Junqueras, desde su celda, utilizando a Gabriel Rufián de megáfono, reclama la creación de una mesa de diálogo --¿habrá relator?-- en la que se pueda hablar del derecho a la autodeterminación de Cataluña y del referéndum. Por descontado den por hecho que en la tramoya de esa negociación se abordará el tema de los “presus pulítiks”, a fin de asegurarse de que cuando Torra decida que ha llegado el momento de soltarlos, nadie, desde Madrid, ponga trabas al asunto. Ahora mismo, ERC dice que no a la investidura de Sánchez, pero todos sabemos que es puro postureo a fin de evitar ser objeto de las iras de JxCat y la CUP, que los aborrecen abiertamente y ya los tildan de botiflers los días pares e impares. Los nacionalistas gallegos, por su parte, quieren ahondar en el carácter plurinacional de España; Arnaldo Otegui y los de EH Bildu exigen la liberación de los presos etarras; el PNV, sin ruido y con modales impecables, plantea hasta una treintena de competencias y traspasos: el control total de la caja única de recaudación, competencias penitenciarias, reforma estatutaria que distinga entre ciudadano y ciudadano vasco, y manos libres en la "euskaldunización" de Navarra. Poca broma. Finalmente, los socios “no problemáticos”, los constitucionalistas, exigirán mimos y cariño, infraestructuras, atención y dinero, mucho dinero.

No se me amontonen, que habrá bofetadas para todos. Pero la más dolorosa nos la llevaremos, y eso lo veo bastante claro, los catalanes no nacionalistas, porque además de todo lo apuntado en el párrafo anterior, tomaremos conciencia, una vez más, de que nos abandonan por completo a nuestra suerte. Ese pacto de “coalición progresista” propiciará, de ser llevado a cabo, un tripartito entre ERC, PSC y Comunes en 2020, y la garantía por parte del Gobierno del Estado de no injerencia en las decisiones que aquí se tomen. En resumen, que nuestras vidas valen un plato de lentejas, y un casoplón en Galapagar y un Falcon.

Ante un panorama así, y con nubarrones de crisis económica en lontananza, más vale que nos abrochemos el cinturón de seguridad. Veremos qué pasa. Cada día cambia todo. Los veteranos del PSOE --Joaquín Leguina, Felipe González y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, entre otros-- están que trinan ante semejante dislate. Incluso algo parece moverse en el seno del PP --con José María Aznar abogando por un pacto entre constitucionalistas, sin Sánchez--, y de Ciudadanos; las dos formaciones emiten tímidas señales de poder incluso llegar a plantearse su abstención en segunda vuelta si el PSOE desiste en su empeño de dar vida a semejante engendro.

Pero si ese Golem echa finalmente a andar en diciembre, como ya anuncian ufanos, atranquen, amigos, puertas y ventanas y encomiéndense a su santo favorito.