La idea de coser las costuras o las heridas causadas por el enfrentamiento entre independentistas y el Estado, y entre catalanes y catalanes por dicha causa, se está abriendo paso entre algunas gentes de buena voluntad. Parece razonable, aunque no queda demasiado claro si habrá que coser o zurcir. Los estragos institucionales y sociales provocados por las tensiones de los últimos años más bien parecen requerir de la habilidad del zurcidor de puntadas precisas y suaves para reconstruir un tejido muy gastado por una historia interminable de desencuentros, algunos muy justificados.

Mientras se busca a los zurcidores o zurcidoras más apropiados de aquí y de allá entre aquellos que no hayan participado del festival de corte y confección de ilusorios trajes hechos a su medida, los unos de estilo unilateral y los otros de color ley, habría que empezar ya con la catarsis. A este propósito, no es suficiente la filtración de declaraciones exculpatorias ante el juez ni la disección de las providencias judiciales para demostrar la existencia de un ánimo de rectificación o una voluntad estatal de aniquilar el proyecto.

No sé si se puede empezar de nuevo después de haber llegado tan lejos. Hay que pensar que sí; en realidad, no hay más remedio. Pero antes de nada habrá que hacer un ejercicio de sinceridad colectiva. Habrá que recordar lo dicho y lo hecho, asumir autorías, pasividades o denuncias, señalar las contradicciones y las falsedades, exteriorizar las humillaciones y los miedos, identificar las provocaciones, las actitudes intolerantes o las agresiones injustificables, fijar las causas reales y las imaginarias, discernir entre lo posible y lo improbable.

Hay que coser las costuras o las heridas causadas por el enfrentamiento entre independentistas y el Estado, pero antes de nada habrá que hacer un ejercicio de sinceridad colectiva

Y habrá que hacerlo lejos de los tribunales y de las asambleas de parte. Tampoco se debería confiar más de la cuenta en los análisis post trauma dirigidos al consumo interno de cada una de las partes polarizadas. Hay que organizar un civilizado, democrático y virtual auto sacramental. Tal vez algunos no soporten el bombardeo de las palabras y las actitudes registradas y deban retirarse del plano reservado a los protagonistas. Sería lo menos.

Como primer paso del proceso de reconciliación, una ducha fría. Imaginemos un estrecho e inacabable túnel artificial recreado en cualquiera de los muchos y prestigiosos espacios culturales del país por el que nos invitan a pasar a todos (incluidos los alumnos de secundaria) para ver, oír y leer tan solo el diez por ciento de lo visto, oído y leído en los dos últimos años, seleccionado por profesionales diestros y ecuánimes. Hacerlo con la totalidad del material sería inhumano. Aun con una muestra limitada, a la salida del catártico espectáculo sería prudente la instalación de una unidad de cuidados intensivos para las almas más sensibles; para los recalcitrantes bastaría con un bar, y para la mayoría una reconstrucción del muro de las lamentaciones. Las televisiones públicas podrían emitir documentales íntegros sin necesidad de comentarios en off para los buenos ciudadanos que no pudieran o no se atrevieran a desplazarse hasta el lugar de la performance.

Si esta sugerencia no tiene recorrido, se pueden trabajar otras; pero algo hay que hacer antes de intentar nada más. Luego, va vendrán los zurcidores.