Ya en precampaña electoral referirse a las bondades de la despolarización es de cierto candor angélico pero pongámonos las alas seráficas por un momento, al menos los tres minutos que dura leer este artículo. Después de la Ley Celaá, ¿cómo hablar de corregir los rumbos del procés y de despolarizar cuando queda aplazado abusivamente el reconocimiento del bilingüismo? Pero tienen poco futuro la estabilidad, la seguridad jurídica y las dinámicas reales de la sociedad catalana si en algún momento la ciudadanía no comienza a despolarizarse en un ejercicio de autocorreción, al margen de los saltos al vacío, las quemas de contenedores y el sube y baja inconsolable de ERC.

Ciertamente, todo pasa por reconocer que la polarización no es consecuencia de un tifón aventado en el Valle de los Caídos y que en un porcentaje altísimo creció con los excesos del procés y no por causa del Tribunal Constitucional. En la zona de nadie quedan los ciudadanos de Cataluña que comienzan a preguntarse: "Pero, ¿qué nos ha pasado?". Lo reflejan los sondeos en los que el apoyo a la república catalana disminuye poco o a poco. ¿De dónde van a surgir las ganas de que Vox entre en el parlamento autonómico?

No es nuevo que unas elecciones polarizadoras estén convocadas en el momento de despolarización más necesaria. Suele ser propio de sociedades desconcertadas, entre una y otra crisis, y de liderazgos intrínsecamente rupestres, como sucede en la Cataluña de Puigdemont y quien sabe quién más, como de un núcleo semiintelectual entre friki y trepa. En todo caso, seguir siendo parte de España es una prioridad contrastada. Sobre todo, aparecen porcentajes altísimos de inquietud ante el riesgo de que el procés acabe generando más problemas de convivencia. Es significativo que sean ya muchos más --según el ICPS-- quienes, aun siendo prosoberanistas, dan por impracticable improbable la independencia.

En los Estados Unidos ya han comenzado con cierta espontaneidad las conversaciones Zoom entre quienes mantienen posiciones muy encontradas y que Trump aguijoneó en su electorado y las posiciones radicales que Bernie Sanders indujo en el elector demócrata. En esos encuentros Zoom, los participantes tantean lo que existe en común entre ambas partes y con qué lenguaje se puede despolarizar, en el bien entendido de que no se adulteren los principios. Un 67% de los norteamericanos creen importante relacionarse abiertamente con quienes se está en desacuerdo políticamente. Es más un 83% sostiene que podría respetar a alguien con quien políticamente se está en desacuerdo siempre que el respeto fuese mutuo.

Es evidente que si queremos reparar relaciones hace falta aceptar diferencias. Eso sería por completo aplicable a la situación actual de Cataluña si existiese una voluntad real y común de despolarizarla. Los psicólogos de las conversaciones Zoom insisten en que hace falta despolarizar el lenguaje. Ahí tenemos una de las cuestiones de más importancia para el futuro de Cataluña y es por eso que desactivar TV3, Catalunya Ràdio y el belicoso entorno digital subvencionado por el procés es un requisito imprescindible para poder corregir y despolarizar. Conectemos el Zoom y pongámonos a hablar de lo que realmente importa si es que, a pesar de tantos obstáculos políticos, hay voluntad de entenderse.