En Madrid hay mucha corrupción, o eso dice en los juzgados y en el Congreso gente que tuvo altos cargos en el PP. El dinero negro va y viene. Incluso algún ex rey ha regulado (dos veces) en Hacienda unos ahorrillos no declarados. Se compran y se venden diputados y senadores, a buen precio, vistos los recientes movimientos. También se consiguen sin títulos universitarios sin ir a clase y se pueden plagiar tesis doctorales. Sin consecuencias. Lo que está muy mal visto, en cambio, es robar unas cremas en un supermercado, más que nada porque es una ordinariez. Si hay que robar, a lo grande.

Así las cosas, más vale evitar Madrid si uno no quiere contagiarse de tanta miseria. Para eso puede servir el corredor mediterráneo: un corredor ferroviario de Algeciras a Francia, que permita cruzar España utilizando las tierras del litoral, donde viven los hombres honestos. O los más hábiles.

Habrá quien diga que Algeciras y el Campo de Gibraltar son hoy por hoy zonas de alta densidad de contrabando de todo tipo de sustancias y que al lado está la Marbella que votaba en masa a Jesús Gil. Pero no se puede negar que, al menos en Málaga, hay un alcalde sobre cuya decencia, al menos de momento, no hay dudas. Y además ha sido eficiente. No es poca cosa siendo del PP.

Luego, el asunto mejora. Almería es tierra de empresarios patriotas que se dedican a enriquecerse explotando a extranjeros indocumentados. Incrementan así la riqueza nacional (propia), no como las multinacionales que explotan a españoles y se llevan los beneficios. Son empresarios preocupados por la inmigración ilegal y antiespañola. Por eso votan a Vox.

Sigue el corredor por Murcia. Famosa por sus pimientos y por la firmeza de criterio de sus diputados, dispuestos a defender a vida o muerte que quien garantiza una paga es el que manda. Murcia es un territorio que ha dado grandes hombres a la España actual, como Teodoro García Egea, campeón mundial de lanzamiento con la boca de titos de aceituna.

Luego, Alicante. Allí hay un empresario, Enrique Ortiz, que en su día declaró al juez que había sobornado al menos a dos alcaldes Luis Díaz Alperi y Sonia Castedo (ambos del PP). En Valencia han florecido eminencias como Eduardo Zaplana, Francisco Camps, Rita Barberá, Juan Cotino y otros más. Buen sitio para negocios. Es donde se inició Iñaki Urdangarín, yerno del regulado Juan Carlos de Borbón.

De Valencia es Emilio Argüeso, senador por Ciudadanos y expulsado hace unos días de este partido. Antes había pertenecido a las Juventudes Socialistas y después al PP, donde pronto se le espera, probablemente junto a Toni Cantó.

La próxima parada es Castellón: feudo de Carlos Fabra y de su hija Andrea Fabra, la diputada del PP que, a falta de otros méritos que la hicieran conocida, logró minutos de fama tras gritar en el Congreso: “¡Que se jodan!” cuando se hablaba de los parados y las prestaciones de empleo.

En Tarragona no hay corrupción, aunque en dos poblaciones de su provincia (Reus y El Vendrell) empezaron los procesos más destacados de CiU: el caso Innova (medio centenar de imputados en diversas piezas) y el caso 3%. Allí pasan tantas cosas que hasta la plantilla del Reus (que presidía Joan Oliver, ex directivo de la TV3 convergente) acabó acusada de soborno por amañar resultados en el fútbol. ¿Corrupción o pura interpretación del libre mercado?

Para qué hablar de Barcelona, donde viven los Pujol, familia que la fiscalía considera una organización para delinquir. A su sombra florecieron grandes figuras: Prenafeta, Alavedra, Planasdemunt, Josep Maria Cullell, Felip Puig (y hermanos), Laura Borràs. Más los procesados procesistas. ¡Tan buenas personas!, dice Oriol Junqueras. Y Rafael Ribó, que salió absuelto de viajar por medio mundo, a veces bien acompañado, con cargo al contribuyente.

Girona es la capital del carlismo de Carles Puigdemont, quien de momento se halla fugado entre otros motivos para no ser juzgado por diversos amaños en la gestión del agua que hizo que los gerundenses pagaran más de lo debido. Cerca de la capital, en Lloret, había un empresario ruso, Andrei Petrov, que pagaba dinero a los alcaldes para hacer su voluntad. Al menos, eso declaró ante el juez Eloy Velasco.

Así que urge el corredor mediterráneo, para que los lugareños eviten el barro de Madrid y se conformen con el propio. Ahora que deae el turismo de sol y playa, cabe promocionar el trayecto como el corredor de la corrupción periférica. Muy distinta a la de Madrid, pero con grandes maestros que, después de todo, a lo que de verdad aspiran es a romper la radialidad y a que se pueda robar legalmente en todas partes.