Una peste mortífera, una de tantas, asoló la Italia del siglo XIV. Boccaccio lo cuenta entonces en su Decamerón. Es la Florencia de 1348. Para huir de la peste un grupo de damiselas y algunos admiradores marchan a una de sus posesiones campestres y allí se entretienen contándose historias. Con el coronavirus no será lo mismo porque en lugar de escuchar cuentos muchos se pasarán horas de aislamiento en casa delante de la televisión, zapeando de una a otra tertulia en la que --salvo algún experto que te hace confiar en nuestras instituciones-- periodistas que casi no saben nada de epidemiología opinan de todo, al segundo, con una desenvoltura asombrosa. Todavía es peor en las redes sociales --a veces más bien antisociales-- donde se trucan videos y expanden fake news que generan más pánico y estampidas sociales.

¿Cómo sancionar a quien hizo circular un video sobre el pillaje en un supermercado de nuestro país cuando en realidad correspondía a la revuelta en Santiago de Chile de hace unos años?

Como La peste de Albert Camus, el Decamerón puede aleccionarnos cuando en sus primeras páginas describe el impacto social de aquella epidemia. Tal como lo describe Boccaccio no hay muchas diferencias entre el miedo de entonces y el miedo de ahora.

La medicina ha progresado mucho, como los sistemas de prevención, pero la diferencia entre nuestras reacciones y las de los personajes de Boccaccio son pocas. Aquella epidemia también se había originado en Oriente. La crudeza con que Boccaccio describe la pestilencia o el comercio con los muertos no nos será del todo ajena pero, a pesar de los errores cometidos, es el grado de organización social lo que ilustra la diferencia de siglos: disponemos de  sistemas sanitarios y normativos que son el resultado de miles de experiencias que nos han llevado a evolucionar socialmente aunque nuestros instintos sean muy semejantes a los de la Florencia de Boccaccio.

Eso no quiere decir que la gravedad de la crisis actual implique un proceso regresivo sino de adaptación y, mejor cuanto más se acierte, de nuevas interacciones. Entonces será la hora de calcular daños y costes económicos, más que ahora. Eso depende de la coherencia y amplitud que se pueda dar a las respuestas sanitarias y sociales, con la ventaja añadida de una coordinación territorial en España, la integración europea y la coordinación global.

En eso estamos: contención del virus e iniciar la lucha a brazo partido contra una crisis bursátil, primer dato aparatoso del impacto económico que, en el mejor de los casos, hace inevitable una crisis de envergadura. Al mismo tiempo, el coronavirus va a desacreditar las dinámicas de globalización, precisamente cuando la respuesta va ser efectiva cuanto más global sea. Le temíamos a un mundo sacudido por los ciberataques y resulta que un bicho chino ha dejado muchos supermercados de España sin un rollo de papel higiénico.