Esta semana se han reunido nuevamente en Zaragoza, dando continuidad a la edición celebrada en Valencia, las patronales de las comunidades de Aragón, Baleares, Cataluña y Valencia, aquellas que conforman la antigua Corona de Aragón. La cita ha resultado muy positiva en un doble sentido. De una parte, al abordar posibles iniciativas conjuntas en favor de un tejido productivo que representa más de una tercera parte del total español y que, coordinado, puede ganar en eficiencia dada la proximidad geográfica e integración de sus mercados. De otra, y no menos importante, al desarrollarse con una gran amabilidad y cercanía, lo que, en estos tiempos de fracturas, constituye un valor en sí mismo. Una aproximación empresarial bendecida por la participación de los presidentes de las respectivas Comunidades Autónomas, con la excepción del de la Generalitat de Cataluña.

Que nos hayamos habituado a desplantes de este tipo por parte del gobierno catalán, no resta trascendencia a una conducta imposible de comprender desde la racionalidad. Así, al pretender entender el porqué de la actitud, uno puede pensar que en el desaire subyace una cierta supremacía, la de considerar que se puede prescindir del vecino. En este sentido, no estaría mal recordar que, para las empresas catalanas, Aragón es un mercado tan importante como casi toda Francia. Y, también, que en esta pandemia hemos aprendido la importancia del mercado interior pues, por ejemplo, hundido el turismo internacional, Cataluña desarrolló diversas campañas de imagen para atraer al español. Asimismo, conviene tener presente cómo uno de los mayores activos de Cataluña ha sido, tradicionalmente, el ser tierra de atracción de ciudadanos de toda España. Buena parte de nuestros mejores empresarios y profesionales son originarios de otras comunidades. Hoy no es así, sino que, por contra, no son pocos los catalanes que van más allá del Ebro para desarrollar sus carreras.

También puede predominar el actuar desde el tacticismo partidista, el de mantener la tensión política con España para cohesionar las bases del partido. En este caso, parece olvidarse que el presidente de la Generalitat lo es de todos los ciudadanos, y que las consecuencias de su acción de gobierno alcanzan, antes o después, al conjunto del país. Y estoy convencido que una amplia mayoría de catalanes se encontrarían más cómodos viendo cómo su presidente se sienta con sus homólogos de comunidades vecinas, especialmente en un momento tan complejo.

Y, finalmente, me pregunto si no habrá alguna pulsión inconsciente, que le frene el acudir al encuentro. Quizás la incomodidad, la inseguridad o el haber perdido el hábito de dialogar, de manera natural y de tú a tú, acerca de cuestiones de interés común. O el temor al qué dirán los más radicales caso de mostrarse afable con los presidentes vecinos. Así, se pretende vender el no ir como una muestra de coraje. Me pregunto si no será más bien lo contrario. En resumen, una cumbre de la antigua Corona de Aragón sin Aragonès. Un juego de palabras que podría tener alguna gracia, si no fuera porque con esta ausencia se sigue perjudicando a la ciudadanía catalana.