Hace un siglo (1984), cuando sólo llevaba un año como director, tuve un incesante debate en Radio Granollers con un periodista indepe de ERC.

El director Lluís Torra nos preguntó por qué defendíamos lo contrario sobre la independencia de Cataluña. Los dos éramos catalanes: él de Granollers, y yo de Lleida. Ambos teníamos 26 años, los dos éramos idealistas. El director, que no era indepe --su padre había sido del POUM--, hizo de árbitro, acabábamos haciéndonos amigos...

No recuerdo el nombre del periodista. Me imagino que era idealista, a esa edad todos lo éramos, y buena persona, lo cortés no quita lo valiente. Era hijo de maestro de buena familia, yo no. Él nació con el pan bajo el brazo, yo tuve que emigrar a Granollers para trabajar en el Banco Condal y poder estudiar periodismo en Bellaterra. Era lo único que nos distinguía, además de la clase social. Los humildes tenemos que esforzarnos más para cumplir el mismo sueño.

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El director nos preguntó por qué defendíamos lo contrario: su respuesta fue política. Yo llevaba preparada una batería de razones políticas, pero improvisé las del sentimiento para dejarlo en fuera de fuego.

Empecé con la historia de mi madre (María Gracia Lacruz), a la que le debo mi sentimiento nacional porque nació en Francia, pero volvió a España en junio de 1936, ya que su padre no quiso renunciar a ser español, perdiendo el trabajo de masovero en la Costa Azul, donde vivían como nunca habían vivido en la España del desierto de los Monegros.

Hablé con el corazón para decirle que estando en San Sebastián, estaba en mi casa; estando en Santiago de Compostela (donde nunca estuve), estaba en casa; estando en Valencia, estaba en casa; pero estando en la ciudad más bonita y romántica del mundo, París (donde hice la luna de miel) me sentía en el extranjero.

Al no hablar de política le dejé KO, porque jugaba en el campo de los sentimientos.

El corazón es más fuerte que la política.