La semana pasada se reunió por cuarta vez en esta legislatura la Comisión de Control a la Actuación de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA), el organismo que controla TV3 y Catalunya Ràdio desde el Parlament. Con pocas variantes, se repitió el mismo guión. Los y las representantes de los partidos políticos que forman parte del Govern ocuparon su tiempo en ensalzar el trabajo de TV3 y Catalunya Ràdio. La oposición planteó con mayor o menor acritud los episodios que han generado más polémica durante el último mes. Los representantes de la CCMA no aceptaron haber cometido ningún error. No hubo tiempo suficiente para exponer las preguntas en profundidad ni posibilidad de debatir en serio sobre lo que se estaba planteando. Tampoco hubieron respuestas de fondo, con explicaciones solventadas y claras, sólo afirmaciones genéricas.

La comisión de control debería ser el lugar donde se ponen sobre la mesa las dudas que genera el quehacer de los medios públicos y se buscan soluciones. Pero no lo es. Se ha asumido con naturalidad que TV3 y Catalunya Ràdio están bajo el control de los partidos políticos que gobiernan y que no es necesario consensuar nada. Incluso hemos asumido con naturalidad los titulares de prensa que explican las negociaciones entre los potenciales socios de gobierno para repartírselas como si se tratara de una tarta. En este escenario, la oposición conserva un pequeño espacio de pataleo una vez al mes: la comisión de control parlamentaria.

Mientras estas rutinas se repiten, seguimos sin disponer de unos medios de comunicación públicos que sean valorados y queridos por igual por todos los sectores de la ciudadanía, que ofrezcan informaciones y programas que ayuden a tomar decisiones informadas y razonadas más allá de la elección particular del voto de cada ciudadano o ciudadana, que contribuyan a la convivencia y al diálogo en un momento en que Cataluña atraviesa un conflicto político que no tiene fácil solución.

Hay otra pauta que no falla en esta cita mensual. El director de TV3, Vicent Sanchis, el de Catalunya Ràdio, Saül Gordillo, y la presidenta de la CCMA, Núria Llorach, se ríen de las preguntas de la oposición. Incluso antes que comiencen a formularlas. Esto es algo que al parecer no sucedía hace unos años pero que desde junio pasado, se repite. ¿De qué se ríen? Porque las preguntas no se refieren a cuestiones menores, como el color de la vestimenta de los presentadores, sino a temas que afectan la credibilidad de nuestros medios de comunicación públicos.

En la última sesión se planteó, por ejemplo, porqué el programa FAQS de TV3 escogió para analizar las elecciones andaluzas al fundador de la Asamblea Nacional Andaluza, una plataforma prácticamente desconocida que reclama una nación que incluiría, además de la propia Andalucía, una parte de Murcia, Castilla-La Mancha y Portugal y que carece de representación parlamentaria. ¿No había una persona más adecuada para este cometido? La escueta y risueña explicación de Núria Llorach fue que FAQS “es sólo un programa de entretenimiento”. Esto a pesar que la propia TV3 lo presenta como un magazín informativo que aborda principalmente temas de actualidad política. Y que en el caso que fuera un programa de entretenimiento, lo lógico sería invitar al Mago Pop y no a Pedro Ignacio Altamirano que ciertamente no hizo ningún gag ni habló de las elecciones andaluzas en clave de humor, lo hizo totalmente en serio.

También se volvió a plantear la cuestión de la pluralidad de TV3 en diferentes preguntas. En una de ellas se recordó que según el CEO, organismo dependiente de la Generalitat, el 82% de votantes de ERC y el 77% de JxCat se informa por TV3 pero sólo lo hacen el 9% de los de C’s y el 18% del PSC. Se expuso que esto no sucedía hace diez años cuando un 45,3% de votantes del PSC tenía a los informativos de TV3 como referencia y el doble de los de formaciones como C’s, PP o ICV. ¿Qué ha pasado desde entonces? La explicación de Núria Llorach fue que los catalanohablantes prefieren informarse en catalán y TV3 es la única oferta en este ámbito. Obviando, por ejemplo, el hecho que TV3 nació en 1983 con el objetivo de normalizar el uso del catalán en la ciudadanía de Cataluña, tanto de aquella que lo tenía como primera lengua como entre la que necesitaba mejorar sus competencias lingüísticas. Si más de tres décadas después sólo la ven los catalanohablantes es razonable plantear que algo se está haciendo mal. Como lo es también suponer que es normal que en Cataluña los votantes voten a determinados partidos condicionados por su lengua materna y que los medios públicos contribuyen a ello. La aportación a la cuestión del director de TV3, Vicent Sanchis, también entre risitas, fue llamativa: la caída en el porcentaje de votantes del PSC que tienen a TV3 como referencia se debe a que este partido ha perdido muchos votantes en estos diez años. Como si los porcentajes pudieran equipararse a números absolutos.

¿Por qué estas cuestiones son objeto de risas? Los diputados y diputadas de la oposición representan en estos momentos en Cataluña a una proporción de votantes mayor que la de los partidos que dan apoyo al gobierno. Cuando los representantes de la CCMA se ríen de estos diputados y diputadas se ríen también de aquella parte de la ciudadanía que contribuye con sus impuestos a financiar los 310 millones de euros que cuestan los medios de comunicación públicos de Cataluña. Dinero que podría dedicarse a otras cuestiones urgentes, algunas apremiantes como combatir el 28,5% de pobreza infantil o reducir las largas listas de espera sanitarias en las que somos líderes en el conjunto de España.

Quizás es hora de asumir que no basta con enarbolar informes de pluralidad encargados por la propia cadena para demostrar que los medios públicos están haciendo su trabajo. Que es más razonable intentar que todas las sensibilidades políticas, culturales y sociales de Cataluña se sientan reflejadas en igual medida en TV3 y Catalunya Ràdio como prueba de que están ejerciendo su labor de servicio público. Quizás es hora de dejar de pensar que es legítimo reírse de una parte de la ciudadanía.