Qué más da que los Mossos d’Esquadra se desgañiten en decir que el CNI no tenía monitorizado el comando asesino de Ripoll. Qué más da que el propio CNI reconociera que Abdelbaki es Satty fue en algún momento un confidente, pero poco más. Qué más da que los Mossos, la Policía Nacional y la Guardia Civil coincidieran en su análisis tras el seguimiento de los móviles de los miembros del comando que demostraba que no había conexión alguna entre el CNI y los terroristas. Qué más da que el juez Fernando Andreu firmara el auto de la investigación y abriera el proceso de enjuiciamiento de los tres miembros de la célula que sobrevivieron. Qué más da la realidad para seguir apuntalando la teoría de la conspiración de la barretina.

“¿Queréis negociar con un Estado que elige un atentado para parar un referéndum?”, dijo en la red social twitter la exdiputada anticapitalista Mireia Boya en 2018. Ahora esta interrogación ha vuelto a cobrar vida con la salida de tono el corrupto policía José Manuel Villarejo que se pinta como protagonista de todas las salsas y que dice tener pruebas que nadie ha visto. Es la segunda parte de la misma historia que toma vida porque Villarejo y es Satty ejercen fascinación en el independentismo porque ponen letra a su música de la represión del estado autoritario y represor que es España. Esta fascinación solo es comparable a la que ejercieron los miembros de la célula del 11-M y su fabulosa mochila que dejó ríos de tinta conspirativos por doquier apuntalando la conexión ETA-yihadismo que nunca se probó, pero quién necesita una prueba si la conspiración tiene vida propia.

La necesidad del independentismo de “victimismo militante” ha sido el detonante que se ha disparado tras las declaraciones de Villarejo. Dijo el corrupto que al CNI se le fue la mano y que el atentado se produjo para que Cataluña necesitara de la protección del Estado. La memez cogió fuerza de inmediato y el president de la Generalitat lanzó un comunicado a última hora del día pidiendo a los servicios jurídicos “ante la gravedad de las afirmaciones” que estudien acciones legales y “exigiendo al gobierno español las investigaciones pertinente sobre las declaraciones conocidas hoy y las eventuales responsabilidades que pudieran suponer”. Acto seguido, el independentismo en pleno pidió, como no, una comisión de investigación, como si las comisiones de investigación sirvieran para algo. Se han lanzado todos a la arena del circo porque nadie quiere ser señalado como débil, como poco patriota o como poco independentista. El que tenía que poner seny, el president, ha sido el primero al que le han temblado las piernas y se ha sumado al “momentum”.

Tengo que autoenmendarme. Esta comisión de investigación sí serviría para algo. Serviría para que Villarejo volviera a situarse como el ratón encima del queso. Le daría un altavoz excepcional al portavoz de la desestabilización, la mentira y la insidia. Se mire como se mire, el independentismo ha dado pábulo y veracidad a las declaraciones de Villarejo, un tipo de baja catadura moral y sin ética alguna. Aragonés, al día siguiente, bajó el diapasón en su conferencia en el Club Siglo XXI en Madrid, pero el mal ya estaba hecho. Aragonés es el segundo presidente, el primero fue Torra, que desautoriza a los Mossos, a su propia policía.

Dicen que Eduard Sallent, el número dos actual de la policía catalana, y de junio de 2019 a noviembre de 2020 el máximo responsable policial, es un hombre cercano a la órbita de Junts. Pues Junts no lo debe saber porque la salida de tono del grupo de Puigdemont lo deja a la altura del barro porque fue Sallent quién certificó que no había ni una sola prueba de que el CNI estuviera tras los atentados. Es lo que tiene la fascinación que da vida a la conspiración de la barretina.

El nacionalismo siempre busca un enemigo externo sobre el que lanzar sus puyas y evidenciar su diferencia. Es el nacionalismo mediocre y corto de miras, pero nacionalismo al fin y al cabo. Sin embargo, en este punto convendría recordar lo que decía el president Tarradellas “en política se puede hacer de todo menos el ridículo”. Y el ridículo en esta ocasión ha alcanzado una cota máxima. Es ridículo pensar que el estado, el CNI, provocó un atentado para evitar el referéndum de 2017. Y más ridículo es pensarlo después de lo que sucedió cuando el CNI no supo ni encontrar las urnas, no supo como controlar a los activistas y cuando la policía actuó sin ton ni son contra los manifestantes. No sabemos todavía quién dio la orden de este desaguisado, pero pensar que los que hicieron el ridículo en octubre del 17 fueran tan retorcidos en agosto del mismo año es una entelequia a la que solo le pueden dar pábulo los que tienen una mente enfermiza. Lo peor, es que han vuelto a poner a los Mossos en entredicho, los han desautorizado públicamente.