Ha sido tan basto y tan burdo --a pesar de un cierto refinamiento en las astucias-- el montaje en torno a la independencia de Cataluña, y lo que ésta tapa (la corrupción de unos, las poltronas de todos, la ineficacia gubernamental de la mayoría, el resentimiento inducido de muchos...), que caben variados calificativos a las conductas de los dirigentes del montaje. No es necesario citarlos nominalmente porque sus nombres están todo el santo día jaleados en los medios de comunicación y en la calle, y permanecen clavados como espinas en nuestra mente.

Que son unos irresponsables y unos frívolos es lo más comúnmente alegado en su contra. En efecto, actúan sin sentir responsabilidad alguna por las graves consecuencias sociales y personales de sus actos y lo hacen, además, como si de un simple juego se tratara en un contexto de fiesta callejera continua. Lluís Bassets y Jordi Amat, entre otros, han teorizado sobre esos calificativos; poco más se podría añadir a lo dicho.

Hay un aspecto menos observado y que aporta una explicación más a esas conductas: la mediocridad intelectual de los dirigentes del montaje. Mediocres en el sentido de una limitada comprensión de la realidad y de sólo una mediana inteligencia en su proceder.

No de otra manera se puede calificar a personajes que, convencidos de que podrían salirse con la suya, obraron para desintegrar a un Estado miembro de la UE, pretendiendo, encima, que la desintegración fuera aceptada y reconocida por los socios europeos de España y que el Estado español se aviniera a negociar la secesión; que invocaron hasta la saciedad el derecho a la autodeterminación, como si la Cataluña real fuera una colonia y estuviera oprimida por una dictadura --el fugado a Bruselas, que a la suma de los calificativos señalados cabe agregar el de iluminado, sigue insistiendo en los resabios franquistas del Estado español--; que fueron incapaces de prever las reacciones espantadas de importantes empresas a la alteración de la estabilidad política por su vergonzante "declaración de independencia"... La lista de desatinos puede alargarse hasta englobar la práctica totalidad de sus actuaciones, que no pecaron de ingenuas, sino directamente de poco o nada inteligentes.

El problema que tenemos planteado reside en el enquistamiento de un núcleo duro de personajes mediocres en la política de Cataluña, sostenidos en las urnas y en la calle por militantes masas de crédulos

Si el grupo dirigente del secesionismo, conjurado en su objetivo, hubiera sido intelectualmente brillante, habría fracasado igual por lo absurdo de su proyecto, pero tal vez habría causado menos problemas a la sociedad catalana y al conjunto de España.

El esplendor y la miseria de la democracia representativa consisten precisamente en que, junto a individuos sobresalientes, mediocres conocidos pueden llegar a la cima del poder institucional.

El problema que tenemos planteado reside, pues, en el enquistamiento de un núcleo duro de personajes mediocres en la política de Cataluña, sostenidos en las urnas y en la calle por militantes masas de crédulos. De momento el bloqueo de la situación parece inevitable. El cambio en el seno del grupo político será lento. Pedirles un baño de realismo, de comprensión inteligente (no ideológica) de la realidad, parece un intento vano.

Imposible que voluntariamente quieran tomarse ese baño. El realismo les obligaría a abandonar montajes falaces, a dejar de mentir, con lo que no sobrevivirían políticamente. Todo lo más introducirán algunos ajustes al "realismo mágico" que ya practican a lo Macondo. Véanse si no las andanzas del fugado a Bruselas y de su pequeña corte.