La política nacionalista lleva tiempo sumida en el florentinismo low cost. Según Indro Montanelli, como sucede siempre que una nave amenaza hundirse, en la tripulación se impone el todos contra todos. De repente, La Ricarda se convierte en el parque nacional de Groenlandia y la desintegración del pospujolismo supera las farsas de Pitarra. ¡Cuánto converso a la espera de un despacho con cafetera expreso! Saturado de traición y sinsentido, el enorme rifirrafe entre ERC y JxCat, a duras penas disimulado por la prensa afín, ya ha carcomido las patas de la mesa del diálogo. Puro humo. Pedro Sánchez lo agradece infinitamente.

Y siguen ahí los politólogos de guardia en el sprint para lograr un gran relato. Hasta que haya un cambio de camisa, será un relato construido contra el gran pacto de 1978 y fundamentado en la devaluación del autonomismo. Es una lástima que Angela Merkel se retire porque, según decía el independentismo en pleno inicio del procés, ella era quien no iba a permitir que a Cataluña la echasen de la Unión Europea. Por el contrario, ahora es Putin quien rige la Cataluña de Prat de la Riba, en un ir y venir de batallones incompletos, convertido el Parlament de Cataluña en un catamarán de embalse artificial. En versión minimalista, Artur Mas tuvo que subirse a un helicóptero para ahorrarse las borrascas del parque de la Ciutadella, dando ejemplo a los vikingos que entraron en el Capitolio.

¿Hasta qué extremo es obligatorio rendirles tributos de respeto a las instituciones públicas cuando no se respetan a sí mismas? Esa es una cuestión tan formal como moral. Consideremos los tuits que se están intercambiando los representantes de las instituciones públicas de Cataluña o la sobrecarga de descalificaciones fuera de lugar que hoy degradan la expresión simbólica del espacio público de Cataluña. Se han mustiado los lazos amarillos. Cientos de miles de ciudadanos de Cataluña andan buscando aquel  trozo de espejo roto que les permita identificarse como lo que son, han sido o quieren ser. Décadas de vida sostenible nos han llevado a la nada, siguiendo a tientas y a ciegas las huellas protohistóricas de Ada Colau y Pere Aragonés.