Día tras día se publican breves artículos sobre cómo salir de la crisis en la que nos hemos metido. Las respuestas que ofrecen son tan sencillas como alambicadas: algunas confían en los valores del ser humano, otras se someten a la ley de la jungla del sálvese quien pueda. Si en algo coinciden es que, a partir de la expansión del contagio del bicho invisible --multiplicado de manera exponencial--, la economía planetaria está cerca del colapso. La suspensión temporal de derechos fundamentales del individuo y la militarización simbólica y real del espacio público ha reabierto el viejo debate “seguridad versus libertad”. Es una opinión muy extendida que transitaremos hacia formas de poder más autoritarias y populistas que surgirán del seno de las decadentes democracias occidentales. 

Quizás el mayor error sea otorgar un enorme peso a las inmediatas consecuencias de las decisiones que nuestra sociedad --gobernantes incluidos-- adopte en este momento de crisis. La aclamada alerta de Harari peca de cierto cortoplacismo. Esas decisiones influirán, pero no tienen por qué ser determinantes. Como no sabemos cuándo vamos a salir de esta desconocida situación, algunos expertos han empezado a debatir también sobre quiénes serán los primeros que se recuperarán del impacto, aunque su intensidad y extensión real aún se desconozca. Y es aquí donde la alerta de Harari se debilita aún más, porque no es lo mismo remontar con un PIB per cápita que con otro, o con una capacidad de innovación que con otra.

Un tercer factor se añade: la lectura. En un breve informe de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez se afirma que “cuando acabe la paralización del tejido productivo por el Covid-19, la competencia lectora será clave en creación de riqueza mediante la transformación de la información en nuevos modelos de negocio”. A partir de las conclusiones de dos informes anteriores --británico y estadounidense--, en la ficha se destaca cuáles son las imprescindibles cinco herramientas lectoras para salir de la recesión: comprensión lectora, capacidades de expresión escrita y verbal, aptitud para convencer, talento para innovar y empatía con otras culturas.

Para la economía española, la baja competencia lectora es un lastre enorme. Leer o no leer ha de convertirse en una llamada de urgencia a todo el país, a maestros, escritores, familias y, sobre todo, a políticos, líderes empresariales y sindicales, economistas… La solidaridad y la conciencia colectiva que está demostrando la sociedad española con esta crisis nos permite ser optimistas con la capacidad de reacción y cambio de nuestro modelo educativo. Hay que frenar el ritmo actual en la pérdida de hábito de la lectura regular, en primer lugar, entre nuestros jóvenes y después en el resto de la sociedad.

Está más que demostrado: existe una correlación entre el crecimiento relativo social, cultural y económico de algunas regiones europeas y los índices de lectura. Antes incluso de que salgamos de esta crisis, una de las primeras reformas que se deberían ejecutar, con el consenso de la mayoría de los grupos políticos y profesionales, es la de nuestro sistema educativo. O nuestros hijos aprenden a leer o nos estamos suicidando como sociedad en un tiempo no muy lejano. O nuestros hijos aprenden a comprender lo que leen o tendrán muy serias dificultades en el mercado laboral. O nuestros hijos revierten el abandono generalizado de la lectura regular o hundimos nuestra democracia.

Es cierto, leer libros no nos convierte directamente en mejores ciudadanos, pero es innegable --como advirtió Cervantes-- que “el ver mucho y leer mucho aviva los ingenios del hombre”. Sin ingenio, sin inteligencia o sin innovación, España puede sufrir con esta crisis y las venideras demoledores reveses económicos, sociales y cívicos. Lo escribió nuestro novelista nonagenario, y quizás algo olvidado, Luciano G. Egido: “El pecado de Adán fue no haber leído, y así le fueron las cosas”.