Ya tenemos foto, o mejor dicho, media foto --que ahora la cosa va de "salir en la foto" pero fuera de cuadro, no sea que la liemos-- de la concentración del día 13 de junio en Madrid. La media foto de Colón. Buen título. Foto borrosa, con bastante flou, a lo David Hamilton. La foto de los muchos que rondaban por allí pero que no llegaron a encontrarse a pesar de dar muchas vueltas. Colón. Esa inmensa "narcosala" de casi 50.000 metros cuadrados a la que lo peor de cada casa, los más fascistas, acuden cuando desesperados ante la escasa oferta de flechas, yugos, aguiluchos, palios, pantanos, guardias moras, demostraciones sindicales y alcázares, necesitan meterse en vena metadona, metadona de la mala, para quitarse el mono de la España Imperial en la que nunca se ponía el sol y que tanto añoran...

Gabriel Rufián, el de los dieciocho meses y ni un día más, lo dejó muy claro dándole al dedito en el tecladito de su smartphone... "ultraderecha en narcosala". Eso somos todos. Punto pelota. Incluso los que no estando allí nos negamos, a distancia y tras serena reflexión, al trágala de aceptar los anunciados indultos a los delincuentes sediciosos "jodevidas", por ser no solo una medida indigna, insufrible, fuera de lugar, y que no servirá para nada, sino que, además --atención: 'product placement' en 3,2,1...--, supone regalar al independentismo un cargamento de Red Bull, que 'te da alas' para seguir haciendo lo que te pase por el arco de triunfo y puteando, disculpen la vulgaridad, a la mitad de tus conciudadanos catalanes sin la más mínima clemencia.

Sumen a esa declaración de Rufino todo lo que lo se vomita de la mañana a la noche desde los medios públicos catalanes ---pongamos que hablo de Catalunya Ràdio--, donde uno, que conocen en su casa a la hora de comer, y al que no mentaré, va y tilda a los 125.000 concentrados en Madrid de ser unos “energúmenos”, porque allí de “personas” había pocas o ninguna; añadan la verborrea del majadero de Carles Puigdemont, que desde Waterloo calificó a los manifestantes de ser “la gente del Rey, esa España que da miedo”; no se olviden de Pere Aragonès, el Patufet, que se explayó en las redes: “Pese a que el fascismo y la derecha rancia rabien: amnistía, autodeterminación e independencia. Sin ningún miedo y con absoluta convicción”. Mención especial para ese pedazo de presidenta del Parlamento de Cataluña, Laura Borràs, que avisó de que vamos de canto, cuesta abajo y sin frenos: “El que crea que los indultos conseguirán que se nos pase lo de ser independentistas, se equivoca…”

Y es que no hay nada que hacer. Si usted es de los que cree que a base de indultos, paños y agua tibia, esto mejorará mínimamente las vidas no ya de los nacionalistas --que tienen poder, dinero y futuro resuelto-- sino de aquellos que con infinita resiliencia y estoicismo han sufrido en sus carnes y huesos la bota totalitaria, calladitos y sumisos, se equivoca. De verdad. No es mi intención llevarle la contraria, amigo lector, pero eppur si muove… ¡Y vaya si se mueve! Ahí tienen a Joan Canadell, diputado de JxCat, que anuncia que Cataluña será muy pronto un Estado y que hay que acelerar en todo lo referido a estructuras propias de un Estado, empezando por lo aeroportuario (ampliación de El Prat). Teresa Cunillera, delegada del Gobierno Español en Cataluña, deja entrever que el regreso de Carles Puigdemont --siguiendo la senda de Meritxell Serret, hoy parlamentaria-- tiene visos de materializarse más pronto que tarde. Su opinión la suscribe Jaume Alonso-Cuevillas, diputado de JxCat, que afirma que Puigdemont regresará como Presidente de la República Catalana y que Cataluña será independiente a lo largo de esta década.

Todos sabemos lo bocazas y verborréicos que pueden llegar a ser esta troupe de iluminados milenarios cuando se emplean a fondo. Y podríamos hacer caso omiso de todo cuanto dicen y echarlo al olvido. Podríamos hacerlo, claro que sí. Pero para ello necesitaríamos conocer y entender con meridiana claridad la estrategia del Gobierno de España en asunto tan delicado y tan crucial. Y cuando nos detenemos a examinar sus intenciones, planes, anuncios y declaraciones es inevitable sentir miedo.

Los indultos, y de nada vale la "media foto de Colón" y el pataleo general, se concederán. Miquel Iceta, el derviche giróvago, asegura que es algo inminente. Serán aprobados en pocos días o semanas en el Consejo de Ministros. Como muy tarde el 6 de julio. Pedro Sánchez estampará su firma, y los deberá rubricar, sin poder decir esta boca es mía, Felipe VI. Prisión e indultos son, en palabras de Oriol Junqueras, “un paso hacia la libertad colectiva”. La carta de marras que escribió el abate de la andorga insaciable, carta posiblemente sugerida desde Moncloa, forma parte de la mise-en-scène de este tinglado, pues proporciona argumentos al presidente del Gobierno; ese presidente que ha logrado sin esfuerzo alguno que José Luis Rodríguez Zapatero, que sumaba él solito cuatro tontos, se quede solo en dos tontos.

Obviamente, cuando el día llegue, el centro derecha armará la marimorena. Pero con poco o nulo recorrido. Mucho aspaviento, espumarajo y discurso para la galería; mucho editorial, columna y tertulia, pero pocas nueces, porque difícilmente esos indultos podrán ser recurridos, según opina más de un experto en Derecho Administrativo y también algunos magistrados del Tribunal Supremo. Solo personas que pudieran demostrar sufrir “un perjuicio directo” ante esa medida de gracia podrían interponer recursos que pudieran ser admitidos a trámite. Pero no así partidos políticos, entidades o colectivos; aunque Vox, que formó parte de la acusación durante el juicio, anunció que interpondría recurso. Veremos. Viéndolas venir, la vicepresidenta primera Carmen Calvo ya ha advertido al PP --en admonición que prueba su absoluta indigencia intelectual-- que no “caliente” como principal partido de la oposición que es el ambiente “yendo contra Cataluña”. Palabras que demuestran que, al igual que el separatismo más detestable, esta ilustre señora toma y confunde la parte por el todo.

Porque en resumidas cuentas de esta estratégica operación de suelta de muy mal “ganau” --¡riau riau!-- se desprende que una parte de Cataluña saldrá perdiendo. Y mucho. Perderán, perderemos, como siempre, los de siempre; los malos catalanes, los ñordos, los colonos, los botiflers, los fascistas; los disconformes que se lamentan por la pérdida de la paz social; los indefensos; los impotentes; los que ya no tienen a nadie que les ampare. Perderán todos los que a ojos del nacionalismo excluyente somos poco más que gentuza, y a ojos del gobierno socialcomunista una simple moneda de cambio depreciada.

Por todo lo dicho tendremos que volver a tragar bilis y lamentarnos, en silencio, cuando se convoque la mesa bilateral entre gobiernos. Mesa paritaria, entre iguales, entre países, o casi, con inhabilitados en la bambalina decisoria --ya saben de quién hablo, aunque él asegure: "soy irrelevante, no es preciso que yo forme parte de esa mesa de diálogo aunque ayudaré en lo que sea…"--. Sobre esa mesa el Gobierno desplegará muchas ofertas, a cual más tentadora: como siempre, de entrada, mucho más dinero; no injerencia estatal en asuntos sensibles --cuotas en educación, inmersión lingüística, presencia limitada de banderas y simbología española, rotulación comercial, política de “manos libres”, etcétera.--; también inversiones e infraestructuras; posibilidad de estudio de un nuevo Estatut; posible proceso consultivo no vinculante, aunque sí clarificador, referido al “encaje social y convivencial” entre las dos cataluñas, como ya musita entre dientes para que no se le escuche demasiado Salvador Illa. Imaginen y ponderen todo lo que su entendimiento dé de sí, porque prácticamente todo eso hará acto de presencia y será ofrendado a fin de calmar a la bestia. La Constitución será la única línea roja que el PSOE no tendrá arrestos de trasponer, pero por la mínima. Harán malabarismos. No lo duden.

No soy de los que defiende que el centro derecha español haya sabido entender, gestionar, proponer o mitigar el problema creado unilateralmente por el fascismo catalán --sí, señores, son fascistas; no por perseguir objetivos legítimos, pero sí en la praxis aplicada para alcanzarlos--, porque esto no se arregla recogiendo firmas, encendiendo ánimos o echando gasolina al fuego. Pero tampoco capitulando en aras del interés espurio y la continuidad en el poder de uno de los peores gobiernos, por no decir el peor, que ha tenido este país en sus años de democracia. Claudicar ante la voracidad de un repugnante nacionalismo que ha reducido a cenizas y para siempre todas las leyes y reglas de convivencia, y aún se jacta de lo hecho y de no haber pedido perdón a nadie, no es de recibo. Es inadmisible. ¿En qué otra democracia avanzada ocurriría algo así? En ninguna.

Algún día, en el futuro, si los españoles dialogantes, de cualquier ideología, serenos y reflexivos, preparados, recuperan el seny, el sentido común, el verbo y la capacidad de análisis, maldecirán esta época oscura y condenarán al ostracismo a todos sus infames protagonistas. Ojalá sea así. Sean felices.