Los mamíferos tenemos unos dientes fuertes e incisivos que se llaman colmillos, es cosa bien sabida. Con este término, que en latín significaba columnitas, se hacen frases como las que dicen de alguien que es de colmillo retorcido (aviso de un resabiado del que nada amable puedes esperar) o que enseña los colmillos o los dientes (en este caso, más circunstancial, es el anuncio de alguien dispuesto a hacerse respetar o hacerse temer y, en ningún caso, a dejarse intimidar).

El órgano muscular que es la lengua carece de colmillos, pero algunos los retuercen a propósito de ella, y así nos hacemos pupa. El nacionalismo determinó hace años que le molestaba el bilingüismo, de modo que lo entorpece y boicotea todo lo que puede; con el beneplácito de distintos Gobiernos centrales, pero no solo de ellos. Si bien durante la República el callejero de Barcelona era bilingüe, el PSC y Narcís Serra, primer alcalde democrático de Barcelona, decidieron que lo fuera solo en catalán. Por cierto, ¿se ha de omitir que aquel ayuntamiento le dedicó una calle a un xenófobo etnicista como Sabino Arana y nadie la ha retirado?

Cabe decir que este hacer solo en catalán se ha ido efectuando años y años con escasa réplica. Sin embargo, los partidarios del derecho a dividir se niegan en redondo a la idea de un referéndum sobre la inmersión lingüística. Se abstienen de hacer cualquier referencia a ello, saben que lo perderían.

Los padres de Canet han escrito en carta pública: “Hay que dejar de tragar y tragar y tenemos que ser capaces de ser valientes para decir lo que uno piensa, levantarse para hacerlo y reclamar democráticamente nuestros derechos”, entre ellos el de una escolarización bilingüe.

La justicia ha resuelto asegurar de forma irrevocable la obligación de que una cuarta parte de los contenidos de la enseñanza sea en castellano o español, la lengua común. De forma impostada, como es habitual, esta decisión es presentada por los nacionalistas como un ataque en toda regla a Cataluña. ¿Se puede hablar o razonar de forma limpia cuando una parte no quiere? Como escribió Joan Fuster, “només ens pot refutar aquell qui pensa com nosaltres”.

¿Tiene sentido glosar las ventajas de manejar varias lenguas con soltura y simpatía, o señalar la hipocresía de que la élite nacionalista lleve a sus hijos no a la monolingüe escuela pública, sino a la privada y con enseñanza en inglés, alemán o francés? Inútil también es subrayar el plus de dificultades que para aprender tienen los muchachos que no tienen el catalán como idioma materno; siquiera sea en la consiguiente pérdida de espontaneidad y confianza.

Joseba Arregi advirtió que no se piensa en el otro ni tampoco desde el otro. De este modo, no puede haber convivencia, sino alergia a integrar ánimos en la igualdad. En una suerte de acoso, se enseña a perder la esperanza de recibir respeto y cariño, para contentarse, en todo caso, con recibir una posible tolerancia. Hace poco, el psiquiatra Boris Cyrulnik comentaba que, sometiendo a un organismo sano a una presión ambiental agresiva, se le puede enseñar a dejar de defenderse. Poco o nada se habla de esto.

Ciertamente, los políticos de todas las tendencias lo lían todo. Como un falso pontífice, el presidente del Gobierno dice que no hay que politizar con la lengua (cuando así lo dejó establecido hace mucho el nacionalismo). Y el jefe de la oposición expone un irresponsable e infame melodrama marcado por la impostura; ni hecho de encargo. En consecuencia, todo se desfigura y se fortalece la confusión. Leo a los nacionalistas más mesurados opinar sobre la que denominan visible agonía de la lengua catalana; o alertar de que se otea la disolución de la cultura catalana. A continuación, declaran que esto hace felices a “los que siempre han deseado la asimilación catalana” y trabajado por “la disgregación étnica en Cataluña”. Lo cierto es que ha sido el nacionalismo hegemónico quien ha levantado una frontera de identidades rígidas. Y, no aceptando la Cataluña plural, excluyen de la catalanidad a quienes no comparten el dogma nacionalista.

Ana Losada, presidenta de la Asamblea por una Escuela Bilingüe, ha escrito en El libro negro del nacionalismo, publicado recientemente: “La grieta que se ha abierto ha hecho que actualmente la Generalitat y la asociación Plataforma per la Llengua se planteen la posibilidad de ‘aceptar’ el 25 por ciento de horas en español en todos los centros e impedir así lo que ellos consideran un mal mayor: un bilingüismo real en la escuela catalana”.

El asunto no es defender el español, como algunos pazguatos repiten, sino retirar los colmillos que atenazan las lenguas y muerden a los ciudadanos.