George Orwell decía que la gran ceguera de la izquierda europea de los años treinta había sido querer ser antifascista sin ser antitotalitaria. Si hoy viera lo que ocurre en Cataluña, el escritor inglés lamentaría que nuestra izquierda, por lo menos la que no se declara nacionalista, no sepa ser consecuentemente antiindependentista. Que no combata sus mentiras y no denuncie que, en realidad, se trata de un movimiento identitarista de la Cataluña interior en alianza con las clases acomodadas urbanas. Le sucedió primero al PSC. Desperdició la oportunidad de liderar la oposición al proceso soberanista que emprendió Artur Mas en 2012. Navegó en las aguas procelosas del derecho a decidir para evitar el cisma interno sin lograrlo, y solo se desmarcó cuando ya era demasiado tarde. El resultado es que Ciudadanos le arrebató el liderazgo en sus feudos metropolitanos en las últimas autonómicas. En una Cataluña que sobre el papel es muy de izquierdas, Ciudadanos es el primer partido de la oposición.

La referencia romántica al histórico partido comunista del PSUC presagia un sonoro fracaso. Ya se han evidenciado serias diferencias en la futura confluencia de izquierdas con motivo de la Diada

Peor destino ha tenido ICV-EUiA, que apoyó hasta el final el 9-N de Mas. Hoy ya ha sido finiquitada como marca electoral. Tanto los ecosocialistas como los postcomunistas se disponen en los próximos meses a disolverse en una nueva fuerza, liderada por Ada Colau, junto a Podemos y Barcelona en Comú. El nuevo partido quiere unificar militancias, elegir una dirección sin cuotas y consensuar una programa político que satisfaga a federalistas, confederalistas e independentistas. Eso significa que no va a defender una propuesta territorial concreta, sino únicamente el instrumento del referéndum para decidir. "Queremos ser el PSUC del siglo XXI", confiesa Ernest Urtasun, eurodiputado y portavoz de ICV. La referencia romántica al histórico partido comunista, creado al estallar la Guerra Civil, presagia un sonoro fracaso. El PSUC fue hegemónico en la lucha contra el franquismo, pero en democracia sucumbió ante la socialdemocracia y luego no sobrevivió a las tensiones entre eurocomunistas, prosoviéticos y leninistas en los años ochenta. Es verdad que hoy la política es ideológicamente más líquida, pero ya se han evidenciado serias diferencias en la futura confluencia de izquierdas con motivo de la Diada. Solo la posibilidad de poder articular en 2017 una alternativa de gobierno en Cataluña acalla esos problemas.

Colau ha tenido un notable protagonismo con su arriesgada apuesta de ir a la manifestación independentista con un discurso contradictorio: la defensa a ultranza de un referéndum pactado que sabe imposible, como mínimo en los próximos años. Es un gesto que la aleja de la línea de los líderes de Catalunya Sí Que Es Pot (CSQP), Lluís Rabell y Joan Coscubiela, que han utilizado un tono de dureza contra el unilateralismo de JxSí que poco tiene que envidiar al de PP y C’s. Son dos gatos viejos de la izquierda que saben que sin confrontación es imposible arrebatar la hegemonía al independentismo. La estrategia amable de Colau puede hacerla más digerible a ojos del público nacionalista y facilitarle la complicidad de ERC y la CUP para gobernar Barcelona. Pero al nuevo PSUC no va a darle un voto por ese lado. El nuevo curso político, que acabará dentro de un año con la convocatoria de nuevas elecciones, va a poner a todos a prueba. La polarización sobre un solo eje puede romper la cuerda del que intente practicar el funambulismo.