Ayer Xavier Salvador hacía una magnífica descripción de quiénes eran "los tontos y los listos del independentismo", un repaso de aquellos que por un sinsentido final han liquidado su carrera política y puesto en riesgo su patrimonio personal, en contraste con otras figuras que no han hecho más que lucrarse sin asumir ningún peligro. En realidad, tras cinco años de procés, es toda la sociedad catalana la que ha salido perdiendo, excepto unos pocos listos que se han forrado soplando las velas del procesismo y vendiendo crecepelos separatistas desde los medios de comunicación. En la exigencia de responsabilidades no solo hay que fijarse en los políticos, también en el papel que han jugado un sinfín de intelectuales, periodistas y académicos nacionalistas confortablemente instalados en espacios de poder.

Para acabar de rematar el daño que unos catalanes han infligido a todos, el último destrozo es Barcelona, un disparate cometido en tiempo de descuento, cuando paradójicamente el procés había sido ya dado por muerto por los propios independentistas. Como muy bien expresó el pasado domingo el dirigente barcelonés de Podem Marc Bertomeu: "Romper el acuerdo con el PSC en Barcelona es un disparo al pie. Un gol por la escuadra que nos ha colado el procesismo, a aquellos que solo nos quieren divididos y peleados", escribió en Twitter. El mensaje recogió inmediatamente el apoyo de Joan Coscubiela, que le agradeció la sinceridad, mientras Lluís Rabell, menos comedido, calificó la consulta entre las bases de Barcelona En Comú (BEC) de "paripé demagógico promovido por gente que no se atreve a asumir sus responsabilidades", en referencia a la vergonzosa actitud mantenida por la alcaldesa Ada Colau, incapaz de pronunciarse públicamente sobre si estaba a favor o en contra de mantener el pacto de gobierno con el PSC.

La ruptura del pacto de gobierno entre Colau y el PSC es una victoria póstuma del procesismo, y confirma que los más tontos son siempre los últimos en enterarse de los cambios de ciclo

Se trata de una última victoria del procesismo, digamos que póstuma, y que confirma que los más tontos son siempre los últimos en enterarse de los cambios de ciclo. Mucho se ha hablado de la calculada ambigüedad de Colau, a veces de forma casi elogiosa como si su posición confusa escondiera una gran inteligencia política. En realidad, está demostrando todo lo contrario. Tener en el Gobierno de Barcelona a los socialistas, en posición subalterna, no solo le aliviaba de algunas tareas de gestión para las cuales sus 11 concejales son manifiestamente insuficientes, sino que además le daba centralidad y respetabilidad ante el mundo económico. Aunque no sumaban mayoría en el consistorio, tener a Jaume Collboni de teniente de alcalde reforzaba su labor de alcaldesa a falta de poco más de un año y medio para las próximas elecciones municipales. Los socialistas conservan un capital simbólico por haber gobernado 32 años Barcelona y haberla convertido en lo que es, y lo lógico es que Colau intentara quedarse con ese patrimonio. Ahora esa operación de transferencia de capital la ha arruinado por una frivolidad procesista, por una cruzada contra el denostado artículo 155 que, en realidad, ha hecho posible lo que la inmensa mayoría de los catalanes quería, la convocatoria inmediata de elecciones.

Colau no solo se ha complicado el gobierno del día a día en Barcelona, sino que aparece al final de esta grave crisis catalana muy escorada hacia el independentismo, aunque ella diga no serlo. A corto plazo es un grave error para la candidatura de Xavier Domènech de cara al 21D, cuyos votantes mayoritariamente no son independentistas. El problema es que la alcaldesa ya no tiene credibilidad porque siempre ha dado oxígeno al procés, incluso como ahora contra sus propios intereses, actuando de víctima voluntaria del procesismo.