Ada Colau va a la universidad a enseñar a los estudiantes lo que es bueno, que sepan que a una alcaldesa se le pregunta solo lo que ella quiere que se le pregunte, y a quien alza la voz, se le abronca en público hasta que termina llorando, más van a llorar cuando reciban el primer sueldo si encuentran trabajo de lo suyo. Está muy bien que los futuros periodistas sepan desde que cursan sus estudios que quienes se inventaron la denominación de “casta” se han convertido en casta de la buena, que son los que mandan aquí y los que tienen poder para decidir qué se les puede preguntar y qué no. Los jóvenes son por naturaleza muy díscolos, y si no se les enseña desde la facultad quién manda, existe el peligro de que, cuando sean periodistas, piensen que a la señora alcaldesa se le puede preguntar cualquier cosa. De eso, nada, a la Colau se la interpela sobre lo que ella quiera.

A la impertinente estudiante que tan famosa se ha hecho a su pesar, se le ocurrió preguntar si el cambio de estilo en el vestir de la alcaldesa, a todas luces más moderado que en sus inicios, refleja también alguna evolución similar de sus ideas políticas. Hasta ahí podíamos llegar. Con buen criterio, la todopoderosa alcaldesa debió de pensar que se empieza preguntando por el estilo en el vestuario y, quién sabe, se puede terminar dudando de sus políticas de seguridad o de movilidad. O cuestionando cómo está dejando la ciudad. Más vale cortar por lo sano esos intentos periodísticos de dudar de su infalibilidad, solo comparable a la del Papa. “Visto como me da la gana”, respondió la alcaldesa con malos modos, además de añadir que la pregunta estaba fuera de lugar.

Imagino que la asignatura que fue a impartir Ada Colau a la UPF se llamaría Al que manda no se le tose, y que quedaría satisfecha del resultado, no siempre consigue una que quien le cuestiona se eche a llorar. Años atrás, había quien lloraba de emoción ante Ada Colau, cuando esta impedía un desahucio. El tiempo pasa para todo el mundo, y convertida en alcaldesa y vistiendo como una convergente de toda la vida, ha de conformarse ahora con lágrimas de terror y de vergüenza ante su presencia. En el próximo curso, Colau impartirá en la UPF otra asignatura –más avanzada—, llamada Yo me pregunto y yo me respondo, que ya impartía Jordi Pujol en sus buenos tiempos, todo lo bueno se pega. Si, Dios mediante, la estudiante humillada en público no abandona los estudios a la vista del percal, tal vez dentro de un año tenga más motivos para llorar, cuando reciba de la alcaldesa la entrevista ya completamente redactada, con sus preguntas y respuestas. Solo deberá firmarla.

Aunque tal vez el auténtico motivo del enfado de Ada Colau haya que buscarlo en la frase que soltó a la estudiante maltratada para terminar de hundirla: “Me sabe mal que una mujer me pregunte por mi forma de vestir”. Acabáramos. A la alcaldesa lo que le gusta es que sean los hombres quienes se interesen por su vestuario, la muy coqueta. Para otra vez, que sea un estudiante masculino el que le diga lo guapa que está y lo bien que le queda el cambio de estilo en su vestuario, quizás en lugar de enfadarse le premie con una caída de ojos y con alguna frase galante, tipo “eso es porque tú me miras con buenos ojos, guapetón”. Los docentes de la UPF –y del resto de universidades catalanas a las que Colau amenace con visitar— deben tener en cuenta al programar la visita de la alcaldesa que esta prefiere que las preguntas sobre ropa, moda, perfumería, belleza y sexo se las hagan hombres de pelo en pecho, así se siente más cómoda.