Tras semanas de exigencias y amenazas, la dirección de Barcelona En Comú (BEC) parece decidida a romper el acuerdo de gobierno municipal que firmó en mayo de 2016 con el PSC, donde se decía que, respecto al debate sobre “el futuro político y nacional de Cataluña”, cada fuerza “se expresará en el consistorio en coherencia con su programa político”. Y, sin embargo, el argumento para reconsiderarlo ahora es que no le gusta el apoyo de los socialistas al artículo 155. Para legitimar esa ruptura, nada mejor que ponerla a votación entre sus bases, en una consulta de carácter vinculante en la que se movilizarán sobre todo los sectores más soberanistas contrarios al pacto con el PSC, mientras Ada Colau guarda un silencio inadmisible de quien dirige el Gobierno de la ciudad. Hace bien, pues, Jaume Collboni en exigir a la alcadesa que se posicione porque esa votación, más allá del resultado, supone de por sí la quiebra del pacto entre unas fuerzas que, en un ejercicio de posibilismo, acordaron en su día dejar al margen la espinosa cuestión territorial para primar la política práctica. Supone además un acto de grave irresponsabilidad institucional por parte de BEC porque no se puede gobernar Barcelona con solo 11 concejales. Y tampoco parece que ERC esté muy dispuesta a entrar en el cartapacio municipal para apuntalar a Colau cuando ya ha consumido más de la mitad del mandato y a pocas semanas de unas elecciones tan inciertas como las del 21D.

En un momento en el que la mayoría de los catalanes admite que el proceso soberanista ha sido malo para la convivencia y que Cataluña ha salido perdiendo, tanto económicamente como en un sentido político general (ver la encuesta de La Vanguardia del lunes), la expulsión de los socialistas del Gobierno de Barcelona añadiría otro elemento negativo a la crisis que vivimos. Que Colau haya jugado con la ambigüedad en la cuestión de la independencia se entiende porque su electorado está dividido, aunque ha sido una ambigüedad relativa; al final ha acabado legitimando todos los jolgorios separatistas, como el del referéndum del 1-O en el que la alcaldesa acudió a votar. Pero lo que carece absolutamente de sentido es su discurso lloriqueo de la última semana y, sobre todo, que convierta cada acto institucional, como la entrega anteayer de los premis del Comerç de Barcelona en su 20ª edición, en un mitin contra el 155 y a favor de la libertad de los “presos políticos”.

El problema de Colau no es que intente jugar con la ambigüedad, situándose en la equidistancia, sino que acaba haciendo siempre de compañera de viaje de los separatistas a cambio de nada

El problema de Colau no es que intente jugar con la ambigüedad, situándose en la equidistancia, sino que acaba haciendo siempre de compañera de viaje de los separatistas a cambio de nada. Y eso no es oportunismo sino estulticia, no muy diferente por cierto de la que ha practicado Albano Dante Fachin al mando de Podem Catalunya. El problema de Colau no es la ambigüedad, aunque sea capaz de retorcer el lenguaje para escapar a ciertas preguntas (¿Cataluña es ahora mismo una república, dígame sí o no?, le insistía Ana Pastor en El Objetivo el 29 de octubre), sino su lío ideológico que le lleva, por ejemplo, a postular una “amnistía” en democracia o a insistir en que la solución es un referéndum de autodeterminación pactado, pero sin reconocer que eso exige una reforma agraviada de la Constitución. En cambio, no parece tener criterio ante la votación sobre el acuerdo con los socialistas.

Que BEC rompa el pacto con el PSC puede ser una mala noticia para Barcelona, pero no necesariamente lo es para Collboni y los socialistas. En realidad, es una oportunidad para que la imagen todavía equidistante entre algunos sectores de Colau quede al descubierto. Y de cara a las elecciones del 21D sería también una baza para Miquel Iceta si se decide a morder en las contradicciones de los comuns y Podemos, en claro retroceso en el conjunto de España por su coqueteo discursivo con el separatismo, según el último CIS. Collboni apostó desde el primer momento por gobernar con Colau porque temía que en un consistorio tan fragmentado y con solo cuatro concejales su tarea de oposición fuera invisible. No está claro que por ahora haya sacado mucho provecho de ser segundo teniente de alcalde, en parte porque es una suma que no completa una mayoría municipal sino que solo refuerza la minoría de Colau. Pero si finalmente BEC expulsa a los socialistas del Gobierno para acabar en manos de ERC y PDeCAT, Collboni saldría fortalecido de la crisis y con una oportunidad para recuperar ese voto de izquierdas no independentista que creyó ver en Colau la heroína contra las injusticias para acabar encontrándose con otra llorona nacionalista. Aunque bien podría ser que al final la amenaza de expulsión no fuera más que otro farol.