Sobre el concepto cobardía existen muchos párrafos, frases y refranes, pero una bibliografía muy dispersa de estudios o ensayos para analizar su contenido y matices. Las definiciones del diccionario hacen referencia a aquellos que sienten miedo incontrolable ante situaciones difíciles o muestran faltas de valor para emprender acciones que suponen riesgo. También alude a aquel que perjudica a otros por carecer de valor para afrontar la complejidad de unas circunstancias que suponen un peligro. Es decir, la referencia viene marcada por la falta de valor o el coraje para enfrentarse a algo que puede perjudicarle. Se le asimila al pusilánime. En los códigos militares el concepto está bien definido y se castiga a quien no controla el miedo ante el enemigo, y huye o deserta en la batalla.

Incluso es repudiado por el pueblo quien, por razones de salud, se abstuvo de incorporarse a la guerra cuando ya estaba curado, como el espartano Aristodomo en la batalla de las Termópilas contra los persas donde murieron más de 300 guerreros griegos, según cuenta Heródoto en las Guerras Médicas. El término cobarde se extiende también al amor y se aplica a quien está dispuesto a recibir para sentirse seguro, pero es incapaz de atreverse a manifestar su sentimiento por miedo al fracaso, porque el amor negado duele, o consideran que no reciben lo que esperan y atribuyen la culpa siempre a los otros. Abarca muchos otros aspectos de la vida: la amistad, cuando no se está dispuesto a arriesgarse por un amigo, la solidaridad, siempre que esta no perjudique a los intereses propios, la aceptación de injusticias para evitar complicaciones o evitar afrontar situaciones inapropiadas que puedan perjudicarle, como no pararse ante un accidente para no tener que declarar.

Y también alcanza, en gran parte, a la actividad política, cuando alguien no se atreve a expresar con claridad sus disidencias ante las decisiones que los órganos directivos de los partidos adoptan sobre algunos temas, al predominar el mantenimiento de su estatus por encima de sus convicciones. Entonces justifican el comportamiento de prudente, por considerar que es una virtud que beneficia más que perjudica, y hace posible que los conflictos no sobrepasen los límites que se consideran adecuados y salven a la organización.

No obstante, el concepto de prudencia resulta ambiguo en la actividad política puesto que no siempre resulta fácil distinguirlo de la cobardía para enfrentarse con decisión a las ejecutivas políticas de los partidos, sabiendo que ello puede causar la marginación o la expulsión de quien osa disentir. Teniendo en cuenta que la disciplina partidaria impone, por lo general, un estilo leninista de comportamiento (ya me dirán qué partido político, de izquierdas o derecha, no practica por lo general el centralismo democrático). Y así, es difícil que en los grupos parlamentarios algunos muestren en una votación una posición contraria a la estipulada por los órganos de gobierno.

Lo hicieron nueve parlamentarios socialistas valencianos en el Congreso de los Diputados en 1988 al votar a favor de una proposición del PP que defendía dotar con recursos económicos distintas infraestructuras hidrológicas. Al principio el PSOE estuvo de acuerdo con la propuesta del PP, pero después cambió de opinión cuando la diputada que llevaba el tema en aquella legislatura, Cristina Narbona, convenció a Almunia, entonces portavoz del grupo socialista, para que se votara en contra. Ninguno de aquellos nueve diputados repitió en la siguiente legislatura. Años después, los diputados del PSC votaron en contra (2016) para permitir un gobierno de Mariano Rajoy cuando el Comité Federal PSOE había decidido abstenerse para salir del atolladero político.

Hay democracias más flexibles donde el diputado o senador tiene una mayor libertad para decidir su voto, sin tanta relación con los dirigentes del grupo parlamentario, pero también condicionados por las encuestas de opinión. La combinación entre disciplina política y capacidad para opinar o decidir cosas contrarias a la mayoría es un elemento no resuelto en los partidos de las democracias, lo que provoca que la elección de los miembros de las listas para presentarse a las elecciones se haga en base a la fidelidad hacia las elites dirigentes, y de ahí derivan las primarias para intentar contabilizar lo que prefiere la base social del partido en relación con el dirigente pero no con los que le acompañan, lo que a veces conduce al superliderazgo.

En general la literatura de ficción exalta al héroe valiente que actúa en contra de las normas sociales establecidas y gana o es derrotado. En cambio, la novela de Josep Conrad, El corazón de las Tinieblas (1902) es un ejemplo atípico. El gran protagonista, Kurtz, agente de una compañía de marfil que trabaja en África en el colonialismo del siglo XIX, rescatado de los indígenas por el capitán Marlow, es, en el fondo, un cobarde que muestra el horror, el miedo, la ambición o la soledad del que tiene que tomar decisiones. Ya decía Luther King que lo peor de las cosas malas es el silencio de la buena gente.