El coronavirus, para cuando remita, habrá dejado diversos rastros. Una secuela de víctimas; la conciencia de la fragilidad del sistema público de sanidad como consecuencias de tantos años de desamparo inversor, incluidos los intentos de desmantelamiento por motivos ideológicos; una sensación preocupante por la enorme dificultad que tiene la autoridad, con todos los medios a su alcance, para inculcar a la sociedad un mensaje de serenidad y de confianza en los expertos; la reafirmación de que algunos medios de comunicación no pueden resistirse al espectáculo del alarmismo por unas décimas de audiencia; y una pesada huella emocional en el conjunto de la población que habrá experimentado la ansiedad que sufren las gentes desorientadas por un brusco cambio de escenario.

Ý unas consecuencias económicas todavía por evaluar, aunque no habría que descartar que la reacción ante las mismas haya podido acelerar medidas contra la crisis que ya apuntaba pero que no se acababan de tomar, como la predisposición a relajar el mantra del férreo control del déficit público. También el escenario político podría sufrir modificaciones substanciales como resultado del paso del coronavirus. La más esperada, la actitud de las diversas fuerzas parlamentarias ante los presupuestos generales del Estado, que prácticamente deberán ser rehechos para incorporar las exigencias de gasto extraordinario provocado por los múltiples frentes abiertos por la epidemia. Aquí se verá la sinceridad de las proclamas de unidad ante el desastre que todos repiten estos días.

La delicada circunstancia por la que pasa la gobernación de España, sustentada en una mayoría parlamentaria exigua, compleja y desconfiada de la buena voluntad de los diferentes socios, convierten, o debían convertir, el debate presupuestario en una prueba de fuego para la continuidad del gobierno PSOE-Unidas Podemos. No solo por el contenido de las cuentas sino porque el hecho de votarlas o no provocarían lecturas electorales en los diferentes escenarios periféricos que podrían modificar los resultados previstos por los sondeos.

El coronavirus puede modificar todos los cálculos. Imaginemos que ante la magnitud de la crisis emocional y la gravedad del horizonte económico instaladas en el país (in crescendo), el gobierno consiguiera un alto consenso político para sacarlos adelante. De tal manera que los votos de sus socios republicanos no tuvieran la trascendencia prevista, ni para la viabilidad de las cuentas ni para el compromiso implícito en el voto de ERC, al quedar incorporado su gesto en una amplia coalición transversal formada por responsabilidad social ante las circunstancias. Raro, pero estupendo que así sucediera por una vez.

Otra probabilidad. El gobierno podría llegar a la conclusión de que los borradores actuales han quedado tan desfasados por las nuevas previsiones post-coronavirus que lo más apropiado es repensarlos en profundidad, saltándose el proyecto de 2020 para afrontar en tiempo y forma adecuada los de 2021, a partir de la vuelta de vacaciones. Las urgencias para lo que queda de ejercicio se cubrirían con planes específicos financiados por la línea de crédito extraordinaria anunciada por Bruselas como complemento a la flexibilización del déficit público.

Esta hipótesis también alejaría en el tiempo el momento de la verdad para ERC; la votación presupuestaria llegaría después de las elecciones catalanas y los republicanos podrían beber el cáliz del apoyo al PSOE con menos presión. Sin embargo, esta opción chocaría muy probablemente con una opinión pública poco predispuesta a aceptar este tipo de maniobras y con la oposición de la derecha que acusaría al gobierno de pasividad ante el desastre y de despreciar las ofertas de unidad (más o menos creíbles) para beneficiar a sus socios independentistas y garantizarse su permanencia en la Moncloa.   

Por otra parte, las medidas cautelares que se toman a diario para combatir la expansión exponencial del coronavirus acabarán por afectar a las elecciones gallegas y vascas, salvo frenazo milagroso en el número de damnificados. El aplazamiento de estos comicios condicionará los planes de Quim Torra para convocar las catalanas. Todos deberán adaptarse al nuevo calendario que además podría complicarse con la suspensión de la actividad del Congreso y de las cámaras autonómicas. En primera instancia, se amplía automáticamente el periodo de incertidumbre sobre el estado de ánimo de los socios de Sánchez hasta fechas imprevisibles. Y del ánimo de estos socios dependen los presupuestos, la mesa de negociación y el futuro de la presidencia de la Generalitat, aunque todos estos detalles sucumben a día de hoy a la preocupación colectiva por un virus que nos tiene desconcertados.