¿Alguien se imagina que los funcionarios del Ayuntamiento de Barcelona, de la Generalitat y de la Administración del Estado no cobrasen desde el 1 de enero porque no se han aprobado los Presupuestos para 2019? Pues eso es lo que está pasando en Estados Unidos desde hace ya unos cuantos días. El presidente Trump ha “cerrado” la administración federal por falta de acuerdo con los presupuestos. ¿Qué quiere decir eso? Que los funcionarios federales que no realizan tareas relacionadas con la seguridad, salud o defensa no cobran. Algunos trabajan con la confianza de que cuando se resuelva el pulso entre Trump y el Congreso percibirán los salarios congelados como han hecho ya otras veces y otros tienen que quedarse en casa sin cobrar ni ahora ni en el futuro.

Más allá de las razones para esta coacción (lograr 5.500 millones para financiar el ya famoso muro en la frontera con México) muestra una crudeza laboral de la que en España no somos, o no queremos ser, conscientes. EEUU es tierra de oportunidades y al que le va bien, le va muy bien. Más de la cuarta parte de “milmillonarios” mundiales son norteamericanos y el salario medio casi duplica el español. Hay lugares como San Francisco donde una familia de cuatro miembros que gana $73.000 tiene acceso a ayudas porque se considera de bajos ingresos. Sin embargo, al que le va mal, le va muy mal. El número de homeless en las grandes ciudades no deja de crecer sin importar raza, formación u origen. Es un entorno mucho más caro que el nuestro pero el salario mínimo es bastante parecido aunque casi nunca se respeta porque los contratos suelen ser por horas. Si aquí hay precariedad laboral, la realidad americana es muchísimo más frágil.

Contratos por horas, sin derecho a vacaciones, sin seguridad social, sin sanidad pública, sin pensión, con enorme movilidad laboral y funcional, con despido libre, con un subsidio de desempleo de tres meses en el mejor de los casos y con una enorme presión de la oficina de empleo para aceptar cualquier trabajo en cualquier sitio. No son condiciones del tercer mundo, son de Estados Unidos. En ese entorno no es extraño que a los funcionarios se les tenga semanas sin cobrar.

Lo que evidencia esta enorme diferencia de la realidad laboral son dos filosofías radicalmente distintas. Europa es socialdemócrata en su esencia, aunque de vez en cuando la gobiernen partidos de derechas, mientras que EEUU es liberal hasta no poder más, gobiernen republicanos o demócratas. A Europa le gustan los estados grandes y poderosos; EEUU cree que la iniciativa privada es lo único importante. Sobre regulación frente infra-regulación, sobre protección frente a desprotección.

Solo en ese entorno pueden entenderse las enormes diferencias impositivas a ambos lados del Atlántico. En EEUU el tipo máximo es del 37%, no tributando los primeros $24.000 por familia (o sea, el salario medio español), y las rentas del capital gozan de una fiscalidad extraordinariamente laxa que hace que los ultra ricos tributen menos que la clase media (como aquí, pero sin necesidad de eludir nada). En la UE más de diez estados, incluida España, tienen un tipo impositivo máximo superior al 50%.

La iniciativa, bastante sensata en una primera lectura, de crear un subsidio de paro europeo; la sanidad universal o la educación pública y gratuita son ciencia ficción en el país de las diferencias. Pero lo que sí podemos aprender del cierre de las administraciones más allá de la coacción y de numeritos como el banquete de hamburguesas a los campeones universitarios de fútbol americano, es que no ponerse de acuerdo en los presupuestos es algo muy serio y debería ser excepcional. Comienza a ser un hábito gestionar la mayor empresa del país, la Administración en su conjunto, sin un presupuesto aprobado, lo que no sería pensable en ninguna empresa medianamente seria. Pidamos a los políticos ser, al menos, profesionales.