Hay un tipo de unos 40 o 50 años acodado en la barra de un bar de carretera. El local tiene un aspecto sórdido. El tipo de la barra ha pedido unas tapas y en este momento se está bebiendo su cuarta o quinta cerveza. Es un sábado por la noche. En la televisión retransmiten el festival de Eurovisión. Le toca el turno a Chanel Terrero, la representante de España. Mientras dura la actuación, el tipo se hurga los dientes con un palillo. Reprime mínimamente un eructo. Parece mirar embelesado el contoneo de la cantante. Sobre todo, cuando ofrece a la cámara la oronda elasticidad de sus nalgas. Entorna los ojos. Incluso se muerde los labios. Parece fantasear con la curva feraz de esas caderas. Acaba la actuación. Uno de los camareros, que lleva una pulsera con la bandera de España, pronuncia unas palabras jubilosas: “¡Olé tú, niña, qué bien lo has hecho! ¡Y qué buena estás, jodía!”. Entonces mira al tipo de la barra y busca su aprobación: “¿Es o no es?”. El tipo de la barra, apura su cuarta o quinta cerveza, pide otra, sigue hurgándose con el palillo, y asiente. Sin embargo, remata su aseveración con una adversativa: “Sí, lo ha hecho muy bien y está muy buena, pero no me gustaría que fuera mi hija, porque iba vestida y ha bailado como una puta”.

Me acabo de inventar la escena, deliberadamente estereotipada para despejar dudas sobre la naturaleza moral que el imaginario colectivo le atribuye por su comentario al tipo acodado en la barra: se trata de un machista de mierda. Sería complicado no vincular el comentario –que todos hemos escuchado alguna vez– con la asunción del pensamiento machista, en tanto que la estigmatización de ciertos comportamientos relacionados con la sexualidad recae casi exclusivamente sobre las mujeres. Por ejemplo: la exhibición del cuerpo, la promiscuidad o el ejercicio de la prostitución funcionan como ariete denigratorio, como elementos para la deshonra pública. Y ya saben que, como escribió García Márquez, lo único peor que la mala salud es la mala fama. Los hombres no tenemos que preocuparnos por el menoscabo de nuestra reputación si nos atribuyen muchas parejas sexuales, si tenemos fama de seductores o incluso si ejercemos de gigolos o strippers. Al revés. También hay estigmas relacionados con la masculinidad, pero no son esos.

Volvamos, sin embargo, al comentario del tipo del bar. Y ahora comparémoslo con algunos tuits que publicaron declaradas feministas después de la actuación de Chanel en Eurovisión. La antropóloga Marina Pibernat aseguró que estábamos sumergidos en la representación de la artista-prostituta que ya había descrito Simone de Beauvoir. La escritora Laura Freixas salió en defensa de Pibernat –después de que le cerraran la cuenta por el tuit– y aseveró que compartía la opinión de la antropóloga. Laura Redondo, doctora en Psicología, afirmó que el papel de Chanel no era ni feminista ni “empoderante” y que con su actuación se estaba pornificando. Por su parte, Ángela Escribano, doctora en Derechos Humanos, sostuvo que Chanel, con la letra de su canción y enseñando el culo, invitaba a las niñas a prostituirse y que eso haría que no quisieran ser investigadoras.

Honestamente, si prescindimos de los circunloquios, los eufemismos y esa pátina de pretendida sofisticación intelectual, me gustaría que alguien me explicara cuál es la diferencia, en lo esencial, entre el comentario del tipo del bar y los mensajes referidos en el párrafo anterior. Sí, suena mucho más pomposo –y aparentemente profundo– decir, citando a Beauvoir y avalada por un título universitario, que Chanel encarna la representación de la artista-prostituta que asegurar, en la barra de un bar, que Chanel baila y va vestida como una puta, pero el mensaje no parece muy distinto.

Conozco los argumentos habitualmente esgrimidos que explicarían la diferencia. En un caso, en el del tipo del bar, Chanel sería denigrada como consecuencia de un proceso de cosificación e hipersexualización que la despojaría de todos aquellos atributos que no fueran sexuales. En el otro, sería una víctima de la superestructura, y, por tanto, su condición de artista-prostituta no sería denigratoria en sí misma porque no la habría elegido ella: Chanel no enseñó el culo porque quiso, sino que actuó como una mujer alienada por el sistema, sin agencia moral ni capacidad de discernimiento. Los mismos argumentos, por cierto, que llevaron a Victoria Kent a oponerse al sufragio femenino en 1931.

Eso sí, incluso aceptando esa interpretación, y ya que el meollo parece estar en la exhibición del cuerpo de la mujer para deleite de los ojos masculinos, no puedo evitar preguntarme qué habría pasado si la propia Chanel, en vez de enseñar el culo, hubiera enseñado una teta al más puro estilo Delacroix.