Pensamiento

Celsa, un coloso renqueante

28 febrero, 2016 00:00

El gigante siderúrgico Celsa está contra las cuerdas. Así lo reveló hace poco el director de Crónica Global, Xavier Salvador, en rigurosa primicia informativa. Celsa no es una empresa cualquiera. Se trata del mayor grupo empresarial catalán no cotizado en bolsa.

Hoy se tambalea bajo una colosal deuda de 2.700 millones de euros, que a todas luces es harto difícil de reembolsar. Por ello, sus gestores andan en negociaciones con la banca a fin de aligerar la losa. Es la tercera vez en seis años que piden árnica a las entidades.

En otras circunstancias más favorables, Celsa habría salido adelante sin excesivos apuros. Pero hoy el mercado siderúrgico está postrado por el débil pulso del sector de la construcción, al que se dirige el grueso de sus ventas

En 2010 ya hubieron de refinanciar 2.800 millones con un consorcio de 70 bancos. Tres años después vuelven a pedirle ayuda para alargar los vencimientos de una masa de 2.700 millones. Paralelamente, también logran mejores condiciones para los débitos de sus filiales polaca y británica, que sumaban casi 750 millones.

En otras circunstancias más favorables, Celsa habría salido adelante sin excesivos apuros. Pero hoy el mercado siderúrgico está postrado por el débil pulso del sector de la construcción, al que se dirige el grueso de sus ventas. Además, las acerías chinas han inundado el mundo de productos a precios de derribo, contra los que es imposible competir. Todo ello configura una espiral diabólica de la que costará Dios y ayuda escapar.

La historia de Celsa es apasionante. Se funda a finales de los años sesenta en Sant Andreu de la Barca con el nombre de Compañía Española de Laminación, por iniciativa de los hermanos Francisco y José María Rubiralta Vilaseca, hijos de un chatarrero de Manresa. Casi por las mismas fechas, compran una modesta empresa, Izasa, dedicada a la distribución de material hospitalario. Luego, los hermanos acuerdan repartirse los papeles ejecutivos. Francisco se dedicará de lleno a Celsa y José María a Izasa, pero ambos seguirán participando en el capital de las dos compañías al 50%.

Celsa, de talla inicial muy modesta, va creciendo a golpe de adquisiciones, financiadas con carretadas de deuda. Su primera gran operación sucede en 1987, cuando absorbe la catalana Torras Herrería y Construcciones y su filial Altos Hornos de Cataluña, que formaban uno de los grupos líderes del mercado español y doblaban en tamaño a la propia Celsa.

Carrera trepidante

La sonada integración de Torras significó el comienzo de una expansión sin límites. Ese mismo año, Celsa se hace con la gallega Sidegasa y la cántabra Nueva Montaña Quijano, pertenecientes a Banco Santander. El año siguiente cae bajo su férula la vasca Nervacero. En 1990, se apodera de Esteban Orbegozo, Trefilerías Moreda y Sociedad Franco Española de Alambres y Transportes Aéreos, todas ellas del norte de España. En 1991, le toca el turno a la catalana Altos Hornos del Besós.

En muchos de estos trasiegos, los hermanos Rubiralta se aprovechan a fondo de las decenas de miles de millones de pesetas en subvenciones que la CEE vuelca sobre España para enterrar las fábricas vetustas. Con una mano, los Rubiralta aplican el dinero a clausurar las instalaciones más viejas. Con la otra, destinan el resto de los recursos a incrementar la producción de las plantas más modernas.

La sonada integración de Torras significó el comienzo de una expansión sin límites, hasta llegar a ser el segundo mayor grupo europeo de trefilería

Celsa se erige así en segundo fabricante de acero de España, tras Aceralia. Pero la carrera de compras no se detiene. En 1991, Celsa toma el control de Industrias del Besós y de Trenzas y Cables de Acero (Tycsa), ambas en Cataluña. Más tarde hace lo propio con Arregui, del País Vasco. En ese momento, Grupo Celsa ya es el segundo mayor grupo europeo de trefilería. En 1999, absorbe la catalana Riviere, productora de rejas metálicas.

A continuación, emprende el salto al extranjero: Polonia, Reino Unido y finalmente Finlandia. Esta última, se incorpora en 2006. Supone el fin de la alianza fraterna. José María, harto de lidiar con la pesadilla de las deudas, parte peras con su hermano. Y ambos deciden repartirse los negocios. Celsa, para Francisco. Y la distribuidora de material hospitalario, rebautizada como Werfen, para José María. Dado que Celsa era varias veces mayor que Izasa, Francisco compensa con fuertes sumas en metálico a su hermano. Francisco Rubiralta fallece en 2010. Dos años más tarde José María abandona también el mundo de los vivos.

Transcurridos diez años desde la escisión del mayor imperio industrial de Cataluña, los ocho descendientes en primera generación de los hermanos Rubiralta experimentan sensaciones muy distintas. Mientras Werfen es hoy una saneada máquina de ganar dinero, Celsa está al borde del precipicio.

Basten unos pocos datos. Werfen embalsa casi mil millones de euros entre capital y reservas, apenas debe 32 millones a los bancos y viene arrojando beneficios de 120 millones anuales. En cambio, el balance de Celsa se cae a pedazos estrangulado por una deuda infernal. La vida da muchas vueltas.