La crisis del coronavirus, de dimensiones mundiales, nos ha golpeado de manera muy profunda, con datos escalofriantes. Una crisis sanitaria que en Cataluña ha puesto al descubierto las carencias de nuestro sistema, bien visibles en la primera línea de intervención. Desgraciadamente, durante demasiados años, ni el sistema público de salud ni la protección de los más débiles han sido una prioridad para el Govern de la Generalitat, lo que ha provocado unos claros déficits en la atención de las personas con más necesidades. Unas carencias evidentes que han aflorado con especial fuerza en plena crisis.

Pero el Covid-19 ha provocado también una crisis social y económica que obliga a poner en marcha medidas ambiciosas que blinden nuestros servicios públicos, que aseguren que no aumentan las desigualdades y se salven puestos de trabajo y empresas. Sabemos que estamos ganando el combate contra el virus, pero sabemos también que sus efectos se alargarán en el tiempo y, muy probablemente, dejarán una profunda huella.

Por eso los socialistas venimos insistiendo desde hace ya semanas en la necesidad de consensuar un plan catalán de reconstrucción social y reactivación económica, que cuente con el máximo consenso institucional, político, económico y social posible, para dibujar el escenario incierto y lleno de interrogantes que se nos viene encima. 

Creo firmemente que es momento de sumar esfuerzos y de encontrar puntos de acuerdo, pero creo también que el Govern de la Generalitat ya no está en condiciones de liderar este amplio acuerdo para impulsar medidas sociales y económicas contundentes con verdadera vocación de servicio a la ciudadanía. Lamentablemente, en Cataluña tenemos a un presidente desautorizado, a un gobierno dividido y una legislatura agotada. No lo digo yo, lo dijo el mismo presidente Torra el pasado 29 de enero en una declaración institucional, tan sincera como impactante.

En un momento en el que el país requiere de la máxima unidad y colaboración posibles, estamos ante un ejecutivo totalmente dividido y sin rumbo. En un momento en el que se necesitan gobiernos estables, fuertes, competentes, capaces de señalar objetivos compartidos para poder avanzar, el president y su Govern no están en condiciones de ejercer ese liderazgo. Liderar implica movilizar recursos, priorizar y asumir responsabilidades, y con el actual Govern de la Generalitat ninguna de las tres cosas es posible ahora.

Cataluña se encamina hacia unas nuevas elecciones al Parlament, que podrían producirse en cualquier momento a partir de septiembre. Y lo hace ante un futuro inmediato que se nos presenta lleno de interrogantes. Venimos de diez años de gobiernos independentistas que nos han dejado una Cataluña dividida, en declive y agotada: recortes sociales que han generado más desigualdades y menos oportunidades, ningún liderazgo económico ante los retos tecnológicos y climáticos presentes y futuros, división de la sociedad, ineficacia y falsas promesas. Prometieron independencia pero nos han situado en un claro escenario de decadencia.

Lo dije hace medio año en mi discurso de reelección como primer secretario del PSC: no engañar y no dividir son los dos compromisos fundamentales de los socialistas catalanes. Nunca, bajo ninguna circunstancia. Y nuestro proyecto de país es claro: centrarnos en resolver los problemas de la gente: priorizar la justicia social, el feminismo y la ecología, así como reimpulsar el desarrollo económico y el equilibro territorial del país. En definitiva, anteponer el bienestar de las personas y el progreso de Cataluña a las banderas. Porque las urgencias son unas y muy concretas, y no pueden esperar más.