Los acontecimientos ocurridos en Cataluña desde el Día de la Constitución, el 6 de diciembre, no son una novedad, aunque cada vez el grado de los dislates aumente hasta parecer una Cataluña ingobernable o una Cataluña sin ley. Esta vez el presidente de la Generalitat, Quim Torra, lanzó un ultimátum de cuatro días al conseller de Interior, Miquel Buch, y pidió una purga en el mando de los Mossos d’Esquadra porque habían disuelto con cargas una manifestación de los CDR, que, a su vez, querían impedir concentraciones autorizadas de Vox en Girona y Terrassa.

Después, los cachorros del independentismo cortaron la principal autopista de Cataluña, la AP-7, durante 15 horas en L’Ampolla en pleno regreso de un puente de cuatro días sin que nadie les molestara, con los Mossos en actitud pasiva por falta de órdenes de los mandos. A la vez, Torra elogiaba la vía eslovena a la independencia, que costó 74 muertos  y algo más de 300 heridos en una breve guerra de 10 días, y el exconseller de Salut y responsable del Consell per la República, Toni Comín, advertía del “drama” que espera a los catalanes y el “alto precio” que habrá que pagar para lograr la independencia.

Todos estos signos de que la Cataluña oficial es el mundo al revés (quienes ocupan el poder defienden no a la policía, sino a los que no cumplen la ley y se enfrentan a ella; ordenan a los Mossos que no disuelvan a los que cortan carreteras, y alertan de los peligros reales desde organismos inexistentes) ya pudieron observarse en la semana en la que se cumplía un año del referéndum sin garantías del 1-O. Entonces, Torra estimuló la guerrilla de los CDR (“amics, apreteu, apreteu”); apoyó la desobediencia civil; el conseller de Interior ordenó investigar a los Mossos y no a quienes les atacaron en el intento de asalto al Parlament y lamentó que los policías de Jusapol tuvieran derecho a manifestarse, al tiempo que un subordinado suyo atribuía los disturbios no a los CDR (las pancartas eran inequívocas), sino a “elementos incontrolados”. Y antes de Eslovenia se había puesto ya el espejo en Kosovo, que es mucho peor.

Es decir, los excesos de Torra y su Govern no son algo improvisado, sino consciente. Eso no quiere decir que todo el independentismo esté de acuerdo y que, a la vista de las reacciones contrarias, Torra no intente rectificar, como ha hecho ahora renunciando a la purga en los Mossos o recordando a los CDR que lanzar vallas contra la policía está muy mal.

Después del pasmo, también se ha querido blanquear el recurso a la vía eslovena diciendo que la intención era pacífica, pero, claro, el Ejército yugoslavo (léase español) atacó a las fuerzas de la defensa territorial de Eslovenia y desencadenó la guerra. Hasta se ha publicado un artículo del expresidente esloveno Milan Kucan defendiendo esta tesis, sin entrar en otras consideraciones, como, por ejemplo, que la iniciativa eslovena también fue unilateral. Las palabras de Torra reivindicando la vía eslovena son, sin embargo, muy claras: “Los catalanes hemos perdido el miedo. No nos dan miedo. No hay marcha atrás en el camino hacia la libertad. Los eslovenos decidieron ir adelante con todas las consecuencias. Hagamos como ellos y estemos dispuestos a todo para vivir libres”. “Todas las consecuencias” y “dispuestos a todo” son dos referencias indudables a la guerra.

Desde Londres, adonde viajó para dar una conferencia, Carles Puigdemont salió el jueves en defensa de su president vicario al afirmar que "la cuestión no es la vía eslovena”, y se preguntó si “¿es la vía serbia el proyecto para España? ¿Es la vía serbia la respuesta que España está dispuesta a dar cuando Cataluña ejerza su derecho a la autodeterminación pacífica?". Un ejercicio para el que reivindicó la vía unilateral, esa que de vez en cuando descartan.

Puigdemont también calificó de “provocación” la reunión del Consejo de Ministros prevista para el día 21 en Barcelona, una cuestión que la consellera de Presidència, Elsa Artadi, también ha querido blanquear negando que ella hubiera hablado de “provocación” cuando sí lo había hecho. Lástima que después su colega Àngels Chacón, entre otros, volviera a calificar la reunión de “provocación”, como ha hecho Puigdemont.

Todo forma parte de la ceremonia de la confusión –que si los Mossos no pueden garantizar la seguridad de la reunión, que si hubiera sido mejor hacerla en Montjuïc que en la Llotja de Mar, que si no se descarta una entrevista entre Quim Torra y Pedro Sánchez—, mientras los dirigentes independentistas insisten en que ellos están abiertos al diálogo. Desde que Sánchez llegó a la Moncloa, representantes de los dos gobiernos se han reunido en 22 ocasiones, pero cuando se confirma que el Consejo de Ministros se reunirá en Barcelona, eso es una “provocación”. ¡Menuda manera de apostar por el diálogo!