Cuando este artículo aparezca publicado en las páginas de Crónica Global aun no se sabrá quien ha ganado, y cómo, en la comunidad de Madrid. Probablemente tampoco se sepa quien se habrá bajado los pantalones, y hasta qué punto, para formar gobierno (o no) en el culebrón catalán. Pero más allá de estos detalles --tan importantes como escabrosos-- al día siguiente, en la capital de España, Isabel Díaz Ayuso seguirá apostando por el cantonalismo madrileño. Mientras tanto en Cataluña un caudillismo irresponsable, amante de la táctica del doble poder, seguirá aplicando mobbing sobre los acomplejados partidarios del diálogo. Si aceptamos el concepto caudillismo como una opción política, consistente en hacer recaer el poder de decisión en un individuo, llegaremos a la conclusión de que el principal obstáculo, para logar la normalidad política catalana, es un hombre que retoza en un chalet de Waterloo.

A lo largo de la historia hemos tropezado con caudillos dignos de estudio, y otros que se nos antojan esperpénticos. A día de hoy, lamentablemente, en la España de las autonomías abunda la segunda categoría. En este sentido puede ser útil, para calibrar el rol de determinados actores políticos, el podcast programado a partir del día 6 de mayo por la Fundación Felipe González, bajo el titulo: Liderazgo vs. Caudillismo. En él, el ex presidente dialogará al respecto con el analista Ignacio Varela. Soy consciente de que González está algo quejoso y cascarrabias, pero sobre el tema en cuestión entiende. De la experiencia de Felipe siempre se aprende algo nuevo. Carles Puigdemont juega a ser caudillo entre los suyos para sobrevivir junto a su cada vez más dubitativa guardia pretoriana. Seguramente por ello no tiene reparo alguno en reeditar, ante la pusilanimidad de Esquerra Republicana, la vieja táctica leninista del poder dual. Me explicaré. En la obras escogidas del revolucionario ruso se puede leer:

”El doble poder se manifiesta en la existencia de dos gobiernos: uno es el gobierno principal, el verdadero, el real gobierno de la burguesía. El otro es un gobierno suplementario y paralelo, de ‘control’, encarnado por el soviet de diputados de Petrogrado, que no tiene en sus manos ningún resorte de poder, pero que descansa directamente en la mayoría”.

Salvando las lógicas distancias, sustituyan ustedes la referencia a la ciudad rusa por Waterloo y encontrarán las claves del modus operandi de Junts. A saber: crear un doble poder en Cataluña basado en la figura paternalista y tuteladora del presidente huido, y complementar el panorama con la supuesta autoridad intelectual y estratégica que emana del Consell de la República. Así las cosas, a nadie le ha de extrañar que los sectores más sensatos de ERC intenten no dejarse capturar por las maniobras de Carles Puigdemont y los suyos. Los de Pere Aragonès tienen prisa por salir del bucle, mientras que los de Jordi Sànchez saben que el botín será más cuantioso si consiguen controlar los nervios y apurar el tiempo al máximo. Obviamente el prófugo de Waterloo no es Lenin, no regresará a Cataluña en un tren blindado, ni sus correligionarios harán jamas una revolución social. A lo sumo --si las negociaciones prosperan-- conseguirán repartirse un puñado de consejerías y un montón de cargos de confianza bien remunerados. No quiero ser ave de mal agüero, pero les vaticino que el fruto de este parto de los montes entre ‘indepes’ será una criatura desconfiada, llorona e inestable incapaz de gestionar lo que precisa urgentemente este país: un gobierno de verdad.