Cataluña vuelve hoy a las urnas tan dividida como en la última década. El bloqueo en que el procés ha convertido la política catalana, tras destrozar el sistema de partidos, sigue ahí. Y ahora además los bloques han sido ratificados por escrito, después de que cinco partidos independentistas (Junts per Catalunya, ERC, CUP, PDECat y el extraparlamentario Primàries) firmaran un documento excluyendo cualquier pacto poselectoral con el PSC sea cual sea la correlación de fuerzas.

El cordón sanitario establecido peca, no obstante, de una precariedad formal que quizá sea un signo de la profundidad patética a que ha llegado la política catalana. No es ya que no hayan ido al notario, como hizo Artur Mas en 2006 para vetar al PP, sino que el documento está escrito por una asociación ignota, Catalans per la Independència, fundada en diciembre por disidentes de la ANC, que hasta ahora nadie conocía --no llegan ni a 300 sus seguidores en Twitter-- y que ha redactado un manifiesto de una pobreza inconmensurable, para cuya firma representantes de esta formación tuvieron que acudir a diferentes actos de los partidos. Ni una cita formal, ni una firma conjunta, ni un acto de presentación, nada de nada.

Pero los partidos independentistas lo rubricaron consagrando la política de bloques. El cordón sanitario no es contra la extrema derecha, sino contra un partido constitucionalista socialdemócrata, el PSC, que se esforzó durante la última legislatura, sobre todo gracias a Miquel Iceta, en romper un muro tan perjudicial para Cataluña. A un lado, los partidos independentistas --JxCat, ERC y la CUP-- y en el otro lo que el independentismo llama “los partidos del 155”, en un mantra que pretende demonizar ese artículo de la Constitución como si hubiera sido una catástrofe para Cataluña cuando la realidad fue que se trató de una respuesta al quebrantamiento del orden constitucional de septiembre y octubre de 2017 y se aplicó con más placidez de la que ahora se quiere recordar.

Los bloques, sin embargo, no son homogéneos. ERC y JxCat se han pasado toda la legislatura a la greña con enfrentamientos constantes que se han acentuado en la campaña electoral y que colocan a Esquerra en una posición incómoda, sobre todo cuando JxCat le reprocha que pretende pactar un tripartito con los comunes y el PSC. Para alejar esa posibilidad y reafirmar las permanentes negativas verbales de Pere Aragonès, que otros partidos no se creen, ERC ha firmado el documento del cordón sanitario. Pero esa firma ata a Esquerra a JxCat y le hace perder autonomía política, arruinando su proclama de “ensanchar la base”, limitada ahora al territorio de los Comuns, la única formación que conserva una cierta equidistancia entre los bloques.

En el campo constitucionalista, las peleas no son menores. Hemos visto estos días cómo el PP y Ciutadans, en lugar de concentrar sus dardos en sus adversarios independentistas, se han dedicado a atacar a Salvador Illa con tanta dureza o más que los del otro bando. Illa se ha convertido así en el enemigo principal de los dos bloques y la campaña electoral ha terminado con un “todos contra Illa” escenificado tanto en los mítines como en los debates televisados.

La cabeza de lista de Catalunya en Comú-Podem, Jèssica Albiach, ha sido en este aspecto la más moderada, la que menos se ha dejado arrastrar por el tsunami contra Illa, pero ya tiene a Pablo Iglesias para estropearlo todo. Los guiños del vicepresidente segundo del Gobierno al independentismo, primero equiparando la democracia a la dictadura a propósito del exilio, y después denunciando la baja calidad de la democracia española a cuenta del trato a Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, han torpedeado la buena armonía entre el PSC y los comunes, para disgusto de Ada Colau y el partido en Cataluña.

En el otro extremo, la pugna entre el PP y Vox, que puede dar el sorpasso a la derecha tradicional según la mayoría de los sondeos, ha propiciado valientes intervenciones del candidato Alejandro Fernández contra la desfachatez xenófoba de Ignacio Garriga, pero también ha descolocado a Pablo Casado hasta abjurar sin credibilidad alguna de la posición oficial del partido sobre la actuación de la policía el 1-O. Desde luego, si Vox desbanca al PP en Cataluña, la culpa no será de su cabeza de lista, sino de los bandazos del partido en su relación con Vox en toda España.

Este panorama de extrema polarización no se corresponde con las expectativas del enorme aumento de la abstención que se espera y que no cabe solo achacar al miedo provocado por la pandemia. Si muchos electores huyen de las urnas, será una prueba también del hartazgo de la ciudadanía catalana tras casi diez años de un procés fracasado que no ha conducido a nada y ante la perspectiva de seguir con “más de lo mismo”. Porque un cambio real solo sería posible si el independentismo perdiera la mayoría, lo que se antoja muy difícil. Que el PSC fuera el partido más votado y el que consiguiera la mayoría de escaños no garantizaría un cambio real, pero al menos agitaría el tablero y sería el primer paso para intentar romper el bloqueo político.