Uno de los debates políticos que recorren la sociedad catalana es cómo superar el foso que divide a los catalanes como consecuencia de la apuesta secesionista del nacionalismo y si el catalanismo político puede ser el pegamento que evite su fractura definitiva.
Con tal de responder esta pregunta lo primero que hay que abordar es lo que se entiende por catalanismo. Si el catalanismo no es más que un nacionalismo light cuya única seña de identidad frente al secesionismo es no avalar la independencia unilateral y que se conforma con tratar de reagrupar el voto nacionalista moderado que se ha desenganchado del procés por su radicalidad, no le veo muchas opciones.
Para tener una masa crítica suficiente para aspirar a tener una representación determinante en la política catalana, el catalanismo debe redefinirse, adecuarse a la realidad del siglo XXI, tomando sus raíces del catalanismo no hispanofóbico de Valls i Taberner y Vicens Vives, entre otros. El catalanismo, si quiere resurgir, ha de ser atractivo para aquella parte de la sociedad catalana, mayoritaria según las encuestas, que sigue sintiéndose, en mayor o menor medida, catalana, española y europea.
Si es lo que se quiere, se debe contar con aquellos catalanes no nacionalistas, identificados con la defensa de la pluralidad cultural de España, con un Estado descentralizado políticamente, dígase Estado de las autonomías o Estado federal, pero que se han plantado frente al nacionalismo secesionista por considerar que la independencia es una mala opción para el bienestar de los catalanes, porque nos enfrenta a España y Europa, porque divide a las familias, fomenta la hispanofobia, coquetea con la xenofobia y el supremacismo, porque utiliza la lengua como arma política.
El catalanismo del siglo XXI debe asentarse sobre la afirmación de la pluralidad de la identidad catalana, sobre el amor a lo propio y no sobre el odio a lo español. Debe apostar por una identidad abierta, que se proyecta hacia el exterior y no se encierra en sí misma, que no ve en el bilingüismo un mal a erradicar sino una riqueza que aprovechar en un mundo globalizado.
La refundación del catalanismo debe apostar decididamente por participar en el gobierno del estado, por reforzar la presencia del catalán en el ámbito estatal, por su mayor reconocimiento simbólico a todos los niveles. Pero debe aceptar el castellano como una lengua de los catalanes. La defensa del catalán no exige la marginación del castellano en la escuela, ni en las Instituciones públicas, ni en los medios de comunicación públicos.
El catalanismo del siglo XXI debe mirar al futuro y no al pasado. Debe ser beligerante en la defensa de la libertad individual y el Estado de derecho. Debe confrontarse con los populismos de derecha o de izquierda, debe ser decididamente europeísta.
Para un catalanismo con estas señas de identidad sí creo que hay un amplio espacio político y electoral. Deberá superar prejuicios, trabajar con empatía, pero si lo logra habrá servido a Cataluña de la mejor manera posible: uniendo y no dividiendo, sumando y no restando; en definitiva, haciéndola más rica y plena.