Todos recordarán la parábola del hijo pródigo en el Evangelio según San Lucas, 15: Un hombre repartió la herencia entre sus hijos, y el menor la malgastó. Cuando empezó a pasar algo más que necesidad tuvo que empezar a trabajar de lo que pudo, y comenzó de porquero. Ni algarrobas tenía para comer, y decidió retornar arrepentido a su casa para pedirle al padre que, al menos, le diese trabajo como jornalero.

Como tantas otras veces hemos podido comprobar, no existe una correlación entre los diccionarios de la Real Academia de la Lengua Española y el del Institut d'Estudis Catalans. Mientras que en el primero se incluye la acepción “hijo pródigo”, el segundo ni la contempla. Así, en castellano el pródigo es aquél que “regresa al hogar paterno, después de haberlo abandonado durante un tiempo, tratando de independizarse”. A diferencia del IEC, la Enciclopèdia Catalana sí recoge la acepción “fill pròdig”, pero con la referencia a la parábola bíblica “que ha passat a indicar tot aquell que després d'un quant temps de mala vida o de desviament doctrinal torna, penedit, al recte camí, a la institució o persona que havia abandonat”. Nótese el matiz institucional, ¿en qué estaría pensando el que la redactó?

Desconozco la intrahistoria de los diccionarios, las fuentes para investigar sobre el de la RAE están disponibles online. Una historia lingüística comparada sobre cómo se han ido elaborando esos repertorios en el último medio siglo depararía muchas sorpresas, que demostrarían la incuestionable intencionalidad ideológica de la inmersión lingüística. Pero si procediéramos con un ejercicio de mestizaje “catañolista”, el significado de hijo pródigo se adecuaría, sorprendentemente, a una de las tendencias que está experimentado el catalanismo en el último año.

El encuentro catalanista de Poblet y las negociaciones de última hora --incluida la desesperada búsqueda de financiación-- se podrían explicar como el regreso al Estado de derecho, después de haber sido cuestionado por la mayoría de catalanistas moderados desde 2010 con la intención de que Cataluña se independizase. Y ahora, después del desvío doctrinal de la senda conservadora, regresan arrepentidos a la institución, es decir, al marco constitucional autonómico. Eso sí, después de haberse fundido miles de millones en gastos de difícil justificación.

Pero el regreso no se hace abrazándose al cuello del padre y besándole efusivamente, tal y como se describe en Lucas 15: 20. El catalanismo pródigo no ha sido el hijo que se hincó de rodillas ante el padre y le imploró perdón ante la descomunal desobediencia y el derroche de todo el dinero que le había sido entregado, tal y como lo representaron Murillo o Rembrandt. No, el catalanismo pródigo reconoce que el procés ha fracasado pero que el independentismo continúa. Así lo ha afirmado, en la entrevista en Crónica Global, Francesc-Marc Álvaro quien, además, niega que el movimiento independentista sea identitario, para señalar que ha sido postmoderno. Cierto, si algo ha caracterizado en las últimas décadas al nacionalismo catalán ha sido su postmodernidad, es decir, su utilización del discurso para una construcción significativa de la realidad. Luego, este catalanismo pródigo, tan católico en sus orígenes, no debería despreciar la exégesis bíblica para comprender su construcción efectiva de la sociedad.

Volvamos, pues, al final de la parábola. Tan contento estaba el padre con el regreso de su hijo perdido que ordenó celebrar un gran convite. Al volver del trabajo su otro hijo se irritó con el padre: “Hace muchos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos. Y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu herencia con prostitutas, has matado para él el novillo cebado”. No había entendido la misericordia cristiana del padre hacia el hijo arrepentido y la alegría por la recuperación del descarriado, desobediente y rebelde. Dicho de otro modo, el resto de hijos (ciudadanos o comunidades autónomas) nunca aceptarán la misericordia de papá Estado si esa conversión del catalanismo no es sincera. El lamentable y bochornoso espectáculo de los nacionalistas en el Parlament, despreciando la división de poderes, demuestra que al catalanismo le queda un largo trecho por recorrer. Apoyar, directa o indirectamente, una moción de censura contra el fanatismo de Torra y sus acólitos sería una muestra innegable de su arrepentimiento.