La desaparición de la noche a la mañana del Banco Popular, que había sido uno de los siete grandes, tendrá consecuencias, sobre todo para los accionistas y también en los tribunales, pero además deja abierta una gran pregunta: ¿habrá más casos?

Con la caída de la mayoría de las cajas de ahorro y la transformación de las supervivientes en bancos, se habían dado por zanjados los efectos de la recesión en las finanzas españolas. Pero ahora vemos que tras unas semanas de agonía, el Mecanismo Único de Resolución (MUR) se ha estrenado certificando la muerte del Popular, incapaz de recuperar la solvencia y a punto de quedarse sin liquidez.

¿Cómo ha podido llegarse a una situación tan extrema sin que nadie diera la alarma? ¿Esa es la transparencia de las finanzas en nuestro país? ¿Y la eficacia de los supervisores?

El ministro de Economía, Luis de Guindos, igual que el presidente de la patronal bancaria, José María Roldán, se ponen la medalla de que la operación no ha costado dinero público. Tratan a los ciudadanos como si fueran tontos, como si no supieran que el Gobierno quería endosarle el Popular a Bankia, un entidad rescatada donde el Estado aún es mayoritario. Querían obviar las reticencias comunitarias a una aportación de recursos del Estado, que supondría necesariamente más deuda pública.

Una de las cosas que enseña este episodio es que nadie avisará cuando otra entidad llegue a una situación delicada, el supervisor mirará para otro lado y, cuando reviente, los listos de siempre dirán obviedades

El contexto en que se mueve la actividad financiera no cambiará a medio plazo, lo que quiere decir que los tipos de interés, aunque no lleguen a registrar precios oficiales negativos, seguirán muy bajos. En consecuencia, los márgenes serán estrechísimos y el negocio bancario más difícil que nunca. Sobre todo en un país como el nuestro en el que, pese a estar tan bancarizado, los usuarios no se acostumbran a pagar por los servicios y huyen de las comisiones como de un nublado.

En su afán por buscar nuevas vías de ingresos, los bancos han tenido algunos aciertos, como la comercialización de seguros; tremendos fracasos, como la sobrexposición inmobiliaria; y algunos ridículos, como cuando se convirtieron en bazares de todo tipo de productos, un campo en el que el también desaparecido Banesto fue líder.

Una de las cosas que enseña este nuevo episodio de la crisis es que nadie avisará cuando otra entidad llegue a una situación delicada, el supervisor mirará para otro lado y, cuando reviente, los listos de siempre dirán obviedades, como el presidente de la AEB, que ahora critica, a toro pasado, que la estrategia del Popular fue “parsimoniosa”.